sábado, 6 de octubre de 2007

El Castillo de Santa Catalina regresa a la gran ruta del turismo (La Opinión)


La remodelación ha respetado el aspecto original del enclave, que ya funciona como hotel. Las murallas son del siglo XVII y el palacete de corte mudéjar
Hace apenas unos meses, la existencia de una fortaleza monumental en las inmediaciones del Limonar era casi una entelequia. Si a un vecino del Perchel o de la Trinidad se le preguntaba por un castillo encumbrado, inmediatamente aludía a Gibralfaro y no paraba mientes en otras posibilidades. El conjunto arquitectónico de Santa Catalina, declarado Bien de Interés Cultural, pasaba desapercibido, pese a su valía histórica y patrimonial.La construcción, que hunde sus raíces en el siglo XVII, atraviesa este año un nuevo periodo de esplendor. Sus dueños, la familia Gasset y Loring, hartos de observar cómo avanzaban los desperfectos, decidieron buscar una actividad económica que garantizara la pervivencia del enclave. Y la encontraron en el turismo, en una oferta única y singular que sirve para reintegrar el monumento en las riquezas de la ciudad. La solución fue adaptar a las instalaciones a la explotación hotelera, especialmente dirigida al segmento de congresos, y por supuesto, respetar el trazado original. Las obras, que comenzaron en 2005, se prolongaron casi dos años y concluyeron recientemente, con el resultado de un producto de lujo, recoleto y con vistas espectaculares. La Oficina de Rehabilitación del Patrimonio, que sufragó una quinta parte de los trabajos, no lo tuvo nada fácil, al igual que los propietarios, que consultaron a prestigiosos especialistas.Pese a los cuidados dispensados por varios trabajadores, el edificio presentaba síntomas de deterioro. Su estructura se conservaba firme y orgullosa, pero los fallos se multiplicaban en las techumbres, las terrazas y, sobre todo, en las instalaciones de fontanería y electricidad, entre otras. La remodelación se antojaba costosa y fascinante, pero tuvo un afortunado final. El presupuesto, cercano al millón de euros, dio sus frutos y el conjunto empieza a gozar de una reputación ascendente.La idea de los Loring era financiar las obras de restauración con los ingresos derivados del hospedaje, cosa que no parece descabellada si se atiende a los encantos del lugar. Un palacio pretendidamente mudéjar levantado por el Conde de Mieres en 1932, un jardín sazonado con cipreses y las murallas de la antigua fortaleza, que fue construida sobre una remota ocupación árabe, acaso de factura nazarí. "El conjunto ejemplifica, en dos edificaciones dispares sólo vinculadas por su ubicación, dos momentos distantes de la historia de Málaga", reza la memoria del proyecto, facilitada por la Oficina de Rehabilitación del Patrimonio.No obstante, el conjunto, que a principios del pasado siglo era pasto de espíritus románticos, no sólo parece destinado a asombrar al paseante, sino también a sus eventuales huéspedes. Para ello, se ha invertido en estética y en comodidades, además de en prestaciones añadidas, caso de la gastronomía, especializada en la tradición autóctona. Sin duda, el castillo vuelve a rutilar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario