viernes, 22 de abril de 2011

Arquitectura y casas hermandad (La Opinión)

Las casas hermandad tienen un estilo muy definido en Málaga tras una larguísima evolución histórica. Estos edificios ponen en valor calles pocos transitadas o zonas degradadas


La casa hermandad del Sepulcro, que con la de Estudiantes, muestran la integración en el entorno.
La casa hermandad del Sepulcro, que con la de Estudiantes, muestran la integración en el entorno. Carlos Criado

ÁLVARO LEÓN. MÁLAGA
La manera que tenemos en el sur de hacer penitencia en Semana Santa ha consolidado una forma de arquitectura móvil y efímera en la calle. Un tipo de construcciones transportables que han ido tomando, mezclando, reinterpretando y recomponiendo a su manera –ni buena ni mala, la suya– estilos arquitectónicos distintos generando uno nuevo, autóctono e independiente.

Uno de los campos en los que la arquitectura contemporánea trabaja continuamente es en el análisis de las necesidades sociales para, de ahí, generar tipologías que den respuesta y solución a esas situaciones concretas. Ludotecas, videotecas, centros de interpretación; tipos arquitectónicos que hace nada no existían, ahora están a la orden del día y encontramos muchas publicaciones girando en torno a ellos. Se suele decir que en este tema «está todo inventado» y es eso lo que hace pensar en muchos casos si fue la necesidad la que propició estas nuevas arquitecturas o por el contrario son imposiciones sociales.

En Málaga sucede algo excepcional para la arquitectura. La ciudad, fruto de una necesidad, ha generado una nueva tipología que desde hace poco más de veinte años va evolucionando como puede y articulando a su manera el centro de la ciudad.

Urbanísticamente los resultados están siendo positivos. Estas edificaciones se han convertido en hitos que ponen en valor calles poco transitadas, carentes de interés para nadie que no viva en ellas o plazas degradadas que en otras circunstancias sólo serían vacíos poco agradables. Se hace ciudad con gente y para mover a la gente hace falta darles algo que las estimule y, en la mayoría de los casos, las casas hermandad generan la actividad necesaria durante todo el año para que esto suceda. Son estas edificaciones las que, de algún modo, acabarán generando y delimitando la ciudad como nuevas collaciones del siglo XXI.

Una vez que entramos en la edificación en sí, la cosa se complica. El tópico que dice que «los comienzos nunca fueron buenos» se hace aquí verdad absoluta. De cara al exterior nos encontramos con auténticas portadas que imitan arcos triunfales propios de la arquitectura efímera de hace siglos que, aunque es el origen de la morfología de nuestros tronos, no puede serlo también de la arquitectura de nuestras casas hermandad. En muchos casos nos encontramos con fachadas que son malas tapaderas de una distribución interior simplona y sin ningún tipo de intención ni contenido arquitectónico real. Es verdad que la progresión es ascendente y actualmente encontramos el modelo mucho más definido y claro que en las primeras etapas, pero aún así el tipo sigue muy poco conseguido.

Para generar arquitectura es fundamental partir de una idea, de unos principios generadores que arranquen el proceso que fabrique un programa funcional y que tenga como resultado el objeto construido. Esto no pasa en las casas hermandad. Hasta ahora tenemos como programa tipo un gran hangar que en algunos casos se decora en su interior con cuadros o pinturas totalmente descontextualizadas junto a un programa de usos básico compuesto por más almacenes, salas de reunión y nada que no tenga cualquier peña o asociación vecinal. Carece de sentido la arquitectura forrada y parcheada con molduras de escayola en una composición falta de coherencia. La arquitectura se genera de dentro hacia fuera.

Parece que uno de los puntos sensibles dentro del planteamiento del proyecto es el llamado salón de tronos. Este espacio necesita ser versátil para funcionar durante el resto del año cuando solo es almacén: puede ser filtro de acceso al resto del programa, puede, por medio de mecanismos sencillos, transformarse en un auditorio, en salón de ensayos o ser directamente una capilla con un retablo que sale a la calle una vez al año. Esta última posibilidad parece la más coherente. Por un lado, al igual que un trono sin un escenario por el que discurrir no tiene sentido, tampoco una casa hermandad debería verse completa sin un trono que albergar.

Esto sería una idea generadora de arquitectura: la casa hermandad como un estuche, una arquitectura fija que recoge a la arquitectura móvil. Un conjunto indivisible que generara un todo global. Un gran espacio de culto compuesto por una serie de elementos que sacaran una vez al año a la calle lo que allí sucede durante todo el tiempo.

No hay que tener miedo a reinventar los espacios para el culto y la oración ni a darle este carácter a lugares donde en otro momento se puede realizar cualquier otra actividad. Sirva de ejemplo cómo los primeros cristianos tomaron la basílica romana, un espacio multiusos y bullicioso como lugar donde celebrar la liturgia.

En definitiva, nos encontramos con un fenómeno que no debemos pasar por alto y que además de servir como arma electoral o cuña de solución a ciertos problemas urbanísticos, es un campo donde estudiar y trabajar para generar resultados positivos. No va a ser sencillo llegar a un modelo tipológico que complete con éxito todas las funciones que se pueden satisfacer. Pero bueno, se hace camino al andar.