domingo, 21 de noviembre de 2010

MALAGA. Hospital Noble. Donde el ladrillo rojo se hace historia. (MALAGAHOY)

Desde su fundación en 1870 hasta la actualidad, el Hospital Noble es un hervidero estimulante para la imaginación: no faltan tallas misteriosas, animales imprevistos ni fantasmas

PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 21.11.2010 - 01:00
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En pocos edificios el estilo neogótico se hace tan rotundo en Málaga como en el Hospital Noble. La actual sede del Área Municipal de Medio Ambiente y de Emasa no sólo es uno de los inmuebles más hermosos de la ciudad: también es uno de los más repletos de historia, lo que le confiere cierto espíritu que todavía se filtra en el visitante, por mucho que sus estrechos pasillos y sus sótanos hayan quedado ocupados en su totalidad por despachos y oficinas. Basta atravesar sus bellos jardines victorianos, su imponente fachada con su original puerta de madera y los arcos que por doquier se disponen, a la manera de testigos mudos de las tragedias shakesperianas, para que un ligero temblor asalte la conciencia. El mismísimo Edgar Allan Poe, que bien supo de sanatorios y beneficencias, daría aquí rienda suelta a sus demonios. Si queda en pie en Málaga un lugar idóneo para dar rienda suelta a la creación literaria, éste es el Hospital Noble.

La historia de esta institución (que detalló espléndidamente la directora del Archivo Municipal, Mari Pepa Lara, en un artículo publicado en 2005 en la revista Isla de Arriarán) es, ciertamente, la historia de la beneficencia en Málaga. Su primer impulso vino de la mano de los herederos del doctor José Guillermo Noble, natural de Frisby (Leicester, Inglaterra), quien vivió en Málaga y murió en su fonda de la Alameda el 6 de enero de 1861 a causa del cólera. Sus herederos, siguiendo un viejo deseo del pionero, decidieron instalar en La Malagueta un hospital auxiliar para vecinos y marineros de todas las naciones que por aquel entonces llegaban diariamente a uno de los puertos comerciales más importantes de España. Tras la cesión gratuita de los terrenos, un farragoso trámite burocrático que se prolongó durante años y unas obras complejas que precisaron la intervención de varios arquitectos (la más notoria fue la de José Trigueros y Trigueros, que firmó los planos pero no dirigió la actuación), finalmente se incorporó el inmueble a la ciudad el 24 de septiembre de 1870. En 1875 se entregó a la Junta de Damas de Julia Grund de Heredia, una de las instituciones benéficas más importantes de la ciudad, vinculada a las Hermanas de la Caridad. Los servicios del centro resultarían decisivos para muchos malagueños sin recursos, pero también para muchos extranjeros llegados por mar: el caso más relevante fue el de la fragata alemana Gneisenau, naufragada frente a las costas de la ciudad el 16 de diciembre de 1900; cientos de marineros fueron ingresados y sanados en sus dependencias, lo que llegó a agradecer el emperador alemán Guillermo II con numerosos y valiosos presentes. En 1923 el Hospital Noble pasó a manos de la Junta de Damas de la Cruz Roja bajo la dirección de Gálvez Ginachero, y en 1931 fue cedido a la beneficencia municipal en una polémica incautación republicana. Después de la Guerra Civil mantuvo su adscripción al Ayuntamiento (compartió su titularidad benéfica con la del seguro de enfermedad de empleados municipales) pero su asistencia se cedió a las Hijas de la Caridad. En 1965 fue objeto de una amplia reforma, y hasta 1988 siguió atendiendo a pacientes en sus instalaciones.

Toda esta gran Historia se traduce en múltiples historias con minúsculas. Muchas de ellas se inscriben a finales de los 80, con la salida de las monjas y el final del proceso de implantación de las oficinas municipales. Hubo un caso que algunas fuentes cercanas recuerdan aún con estupor: después de recoger sus pertenencias, las Hijas de la Caridad tomaron la talla de un Cristo a tamaño natural que presidía la capilla y, sin saber qué hacer con él, decidieron dejarlo provisionalmente sobre una camilla, tapado con una sábana, en una de las salas que en su día albergaron el depósito de cadáveres. El mismo día procedieron a una visita algunos concejales de la entonces corporación socialista, y al ver entre las sombras del antiguo y lóbrego mortuorio una figura tan quieta se llevaron un susto de los que hacen época. El pánico se disparó cuando creyeron intuir que asomaba una mano agujereada cubierta de sangre, pero ni siquiera se atrevieron a encender la luz. Sólo cuando llegó la policía, alertada de tan horrible hallazgo, se aclararon los hechos.

Del tránsito de la naturaleza religiosa a la municipal se conservan otros relatos y vestigios. Justo al lado del acceso principal el visitante puede encontrar una capillita estratégicamente camuflada, en cuyo interior se venera la figura de un Cristo del Sagrado Corazón que también perteneció a las Hijas de la Caridad. En la pequeña habitación, convenientemente adecentada y dotada de dos bancos, nunca faltan flores, velas ni promesas a la imagen. Además, en la iglesia del antiguo hospital, en la que la cofradía del Descendimiento conserva sus tallas, no pocos feligreses asisten cada día a la liturgia. Pero otros elementos heredados de aquella adscripción religiosa resultan menos amables: el Hospital Noble es popular entre los amantes del esoterismo dada la leyenda que atribuye la existencia de un fantasma en su seno. Entre quienes fomentan la leyenda circulan testimonios de quienes aseguran haber visto a un alma en pena tocada con la sotana de un sacerdote, y hay quienes vinculan este espíritu a un párroco que a mediados del siglo pasado ejerció sus servicios en el Noble y que, al parecer, no disfrutaba de muy buena fama. Más allá de la mitología, algunos empleados de Emasa y el Área de Medio Ambiente prefieren esperar a entrar a las oficinas cuando ya lo han hecho otros compañeros; fuentes consultadas por este periódico hablan de cajones abiertos inesperadamente y de inexplicables desórdenes.

Por su arquitectura y disposición, el Hospital Noble parece el marco ideal para historias que, de otra manera, difícilmente podrían ambientarse en Málaga. Hasta hace muy poco, por ejemplo, los árboles de los jardines, incluidas las palmeras, acogían a numerosas ardillas, que hacían las delicias de usuarios y visitantes; hoy ya no quedan roedores trepadores, y éstos han sido sustituidos por el temible picudo rojo (en todas las palmeras pueden distinguirse los signos del tratamiento al que son sometidas para evitar la plaga). Quién sabe, en cuántas noches de larga espera, las anécdotas que compartieron internos, familiares, religiosas, cadáveres recogidos en plena calle y otros actores, en este templo alzado junto al mar en el que muerte y vida se han dado la mano tan a menudo.

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