martes, 6 de marzo de 2012

«Las casas de El Palo no se pueden olvidar después de las elecciones» (SUR)


Los vecinos de la Playa siguen las novedades sobre el futuro de sus viviendas entre la esperanza y el miedo a otra decepción
06.03.2012 - 
IGNACIO LILLO ilillo@diariosur.es
 
MÁLAGA.

«Las casas de El Palo no se pueden olvidar después de las elecciones»
Rafael González y Juan Haro pasean junto a otra vecina por la calle Pedraza Páez, una de las principales en el barrio de la Playa. :: ÁLVARO CABRERA
Entre sus callejones estrechos y sinuosos, con su urbanismo surgido de la improvisación y la necesidad, los residentes se asoman a la puerta al paso de los desconocidos, sobre todo de los que hacen preguntas. Y fotos. En el barrio de la Playa, como a sus vecinos les gusta llamarlo, el regreso de sus casas a la primera línea de la actualidad (a tenor de los planes del Ministerio de Medio Ambiente para facilitar su legalización definitiva) se vive entre la esperanza y el miedo a otra decepción. Serían demasiadas, tras décadas de reivindicaciones para obtener su legalización y de promesas incumplidas.
Poco les cuesta abrir sus puertas y sus memorias, que son casi las de los orígenes de la Málaga pescadora. Con lucidez prodigiosa, Juan Haro, 83 años, recuerda su infancia en la calle «frente a Santarem», porque la suya no tenía ni nombre, y esa era la más cercana, por encima de las vías del tren. Está orgulloso de haber nacido donde vive, como sus cinco hermanos, hijos de pescadores que emigraron de la costa de Granada en 1.888. «La Comandancia les dio terrenos para hacer las casas, por ser marinos, antes de la Guerra. Después, les dijeron que los papeles iban para Madrid, y nunca han dejado de pagar la contribución. Pero nunca hemos tenido papeles, y siempre hemos vivido con mucho miedo, porque nos echaban para acá y para allá». Y argumenta: «Antes la playa era lisa y llegaba la mar aquí (señala al suelo que pisa), pero desde que hicieron el fortín ese (señalando a los espigones) aquí no sube la mar por nada del mundo, que lo sepan los ingenieros, que el agua no llega a las casas».
Por ello, considera que no tiene sentido seguir esperando, y reclama que sus casas accedan a las escrituras, igual que ha pasado con las cercanas de las Protegidas. Asiente su amigo Rafael González, 84 años: «Llevamos toda la vida aquí y no queremos que nos echen». Tan sencillo y tan contundente. «Esta es nuestra casa, nuestra familia, todos viven aquí».
Cuando había pesca
Isabel Azuaga vive en la misma casa de la calle Pedraza Páez, 19 desde que tenía siete u ocho años, aunque recalca que nació en otra parte de la misma playa, «pegando con el arroyo Gálica». En el barrio desde siempre. «Mis abuelos emigraron de Garrucha, en Almería. Tenían un sardinal y en la temporada venían a pescar a las playas de El Palo, cuando había pescado». Luego volvían al pueblo, hasta que se establecieron definitivamente, a principios del siglo pasado. «Aquí me he casado, aquí han nacido mis niños y aquí han muerto mis padres. Todo lo que tengo está en este rinconcito. Pero siempre con la intranquilidad, la incertidumbre, qué pasará, que no pasará...»
A Isabel no se le escapa que cada vez que hay comicios los políticos mueven el tema, «y eso es lo que nos preocupa ahora, que dentro de nada hay elecciones y puede ser otra movida más». Aunque se muestra optimista: «Parece que esta vez pinta más seria la cosa que otras veces, y esa esperanza la tengo, y no la quiero perder. Espero que esta vez sea la última, porque ya está bien. El deslinde que había ya no tiene sentido, la mar no llega a donde llegaba antes ni por asomo. Las casas deben quedar desafectadas y santas pascuas», sentencia.
Como la mayoría de sus vecinos Rafael García, 60 años, era pescador. Vive en el barrio desde que nació, «y en la misma casa vivían mis padres antes que yo. Lleva casi cien años construida». En su sustento está el origen de los callejones estrechos que definen el barrio, entre los arroyos Jaboneros y Gálica; como los del Chanquete, Pedregalejo y La Araña: «Todo el mundo se dedicaba a la pesca, y así, cuando se salía de las casas, a las dos o las tres de la mañana, no había que andar mucho para llegar a la mar. Directamente cada uno bajaba y tenía el barco en frente y salía a pescar». Rafael reivindica la calidad de las construcciones: «Mucha gente todavía piensa que esto son casas viejas, de caña, madera y lata, pero la vida ha cambiado mucho, nuestros abuelos empezaron así, nuestros padres fueron arreglándolas y nosotros las hemos terminado. Y eso lo hemos hecho nosotros con nuestro esfuerzo, con nuestras manos. Para esto no daban créditos, porque no tenemos escrituras. Pero que la gente sepa que nosotros pagamos nuestros impuestos igual que los demás».
Sobre el anuncio de un nuevo empuje para su legalización, comenta: «Tengo recelos. Me gustaría que nos dijeran que esta es la definitiva y que podamos tener un poco de seguridad y tranquilidad respecto a nuestras casas, porque cada vez que hay una movida nos echamos a temblar, porque vemos que pueden peligrar nuestras casas después de tanto tiempo luchando por ellas».
Una vida en el rebalaje
Manuel Benavides preside la asociación de vecinos Rebalaje, y no ha cejado en su lucha a pesar de que la zona donde vive, las Protegidas, ya tiene papeles. «Pero me siento playero. Aquí está mi familia y no cambio mis raíces por nada». Va más allá de la legalización y reivindica la protección urbanística de este núcleo, «para que no se hagan edificios y que se sepa como vivía el malagueño antiguo».
«Este es el urbanismo del pueblo, lo que marca la cultura mediterránea malagueña, que todavía existe y que vamos a mantener porque es parte de nuestra historia. Que los hoteles los pongan en otro sitio pero que este cachito nos lo dejen tranquilo, que esto también es cultura», afirma, y considera que, esta vez sí, se dan las condiciones políticas para que los vecinos dejen de temer por sus hogares, más allá de la época de elecciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario