lunes, 1 de abril de 2013

Conociendo Málaga (La Opinión)


"Esta ciudad tres veces milenaria, posee rincones ocultos que no por menos visitados han de permanecer olvidados"

01.04.2013 | 05:00
 Cuando el viajero está llegando a Málaga, ya sea desde las tierras del norte o a través del mar, por el sur, se encuentra con verdes y desorientantes campiñas y escarpadas montañas. Asombra el paisaje, pues algunas veces hasta recuerda el de algunos lugares del norte de la península. Suelen subir nuestros visitantes al monte de Gibralfaro, un singular promontorio que deja toda Málaga a nuestros pies. Allí, a vista de pájaro, podemos hacernos una idea de lo que pudo ser en la antigüedad nuestra afamada bahía, que pese a los desaguisados típicamente andaluces, de la gestión inmobiliaria, sigue haciendo de nuestra ciudad, paisajísticamente hablando, un lugar hermosísimo que hay que conocer, preservar y amar.
Alguien me dijo una vez, volviendo desde la barriada de El Palo y mientras el paseo marítimo abraza la playa de La Malagueta, que le parecía estar recorriendo Mónaco. Lo dijo como un piropo, mientras mi cabeza pensaba que ya quisiera Mónaco€
Málaga tiene lugares bellísimos, algunos de ellos poco explorados. Esta ciudad tres veces milenaria, posee rincones ocultos que no por menos visitados han de permanecer olvidados. Es más, seguro que si nos decidimos a acercarnos a verlos, sorprenderán nuestros sentidos y comenzarán a formar parte del más sutil de los turísticos itinerarios.
Alejado de los lugares de siempre, si alguien me preguntara por esos ocultos lugares, seguramente comenzaría a hablarle de la Cripta de los Condes de Buenavista ubicada dentro del Santuario de la Virgen de la Victoria y donde no debería además dejar de admirarse el Camarín y el Museo. Allí, junto a los sarcófagos de los Condes, que en vida tuvieran su casa donde hoy está el museo Picasso, sobre un fondo negro y extraño, podrán ver esculpidos en blanca escayola, esqueletos y calaveras, alegorías de la muerte y de su macabro tránsito. Después, en un agradable paseo a pie, rememorando lo que fue la Málaga extramuros de antaño, podrán recordar cómo, a consecuencia de la Real Cedula que el rey Carlos III promulgó en 1787 y que prohibía seguir enterrando a nuestros muertos en iglesias y conventos, pudo construirse el Cementerio de San Miguel. Una vez dentro, afortunadamente vivos, podemos rendir nuestros respetos a Heredias y Larios, o a gran parte de la familia Huelin o darse una vuelta por el universo cultural malagueño para saludar a Guerrero Strachan, Mitjana, Trigueros, Moreno Carbonero, Muñoz Degrain, Bernardo Ferrándiz€ y a tantos otros que allí viven el sueño eterno quizás injustamente olvidados, por nosotros y por la crueldad que a veces viene cosida al devenir de los tiempos.
Curioso caso el de los cementerios de Málaga: Parece ser, mientras no se demuestre lo contrario, que el primero de ellos estuvo en el Campo de Santa Brígida, ubicado entre La Goleta, el camino de Casabermeja y muy cercano al asilo de San Bartolomé. Después hubo otro donde hoy comienza la calle de la Victoria y que no debió ser muy grande pues Málaga tenía entonces una muy escasa población. Finalmente, tras la epidemia del año 1349, se construyó el Cementerio Antiguo justo al pie del monte de Gibralfaro, un lugar donde tras la conquista cristiana de la ciudad, se mancilló a nuestros más ilustres antepasados árabes y judíos, construyéndose directamente sobre sus tumbas un buen número de capillas en un intento más de borrar, para siempre, su memoria e historia. Según el cronista Alfonso de Palencia, fue en las faldas de nuestra montaña donde la comunidad judía, junto al llamado Camino Nuevo, tuvo su cementerio. Justamente en este lugar, según cuentan, estuvo el sitio donde unos soldados de origen gallego apresaron a unos cabreros que habían salido de la sitiada fortaleza, haciendo así suya, la recompensa que Fernando el Católico prometió entregar a quien «fuere capaz de appresar a algún moro vivo de la cibdad». Después, tras la conquista, los enterramientos se hacían en las iglesias, las gentes del pueblo en sus alrededores y los nobles y personas importantes, dentro. Y así siguió hasta la construcción del de San Miguel, el único cementerio histórico que le quedaría a la ciudad si no hubieran construido después el cementerio Inglés de la calle de Príes que también conviene, pese a lo lúgubre de la recomendación, visitar. Háganlo quizás con un pensamiento positivo e histórico y eso sí, no dejen de profesar el mayor respeto a todos y cada uno de nuestros muertos. Este cementerio se acordó construir para enterrar a los «seguidores de la secta de Lutero» y fue cedido por el Gobernador de Málaga al cónsul británico Guillermo Mark en 1838, razón por la que aún hoy en día sus instalaciones dependen del Gobierno Británico. Es el museo no católico más antiguo de España.
Si se ha levantado usted andarín, siga dándose un paseo por lo que fuera el extrarradio de nuestra ciudad y acérquese al barrio de la Fontanela, que ya no existe y que fue un barrio alfarero árabe, muy probablemente donde se inventó la afamada cerámica dorada andalusí y del que quedan, como recuerdo, algunos hornos semirruinosos. Allí, visite la Iglesia de San Felipe Neri, el Instituto Gaona o la «Gota de Leche», pero sobre todo, visite el Museo del Vidrio, el único museo industrial que actualmente existe en Málaga y que le resultará de gran valor, pues no solo reúne una extraordinaria colección, es que además su edificio y sus muebles y enseres rezuman historia y gusto por todas partes. Como no tendrá más tiempo, déjese para otro día visitar lo que fuera el taller de Pedro de Mena, autor del Coro de nuestra Catedral, que actualmente es el Museo Revello de Toro y busque para mirar complaciente alguna de las muchas estatuas que tenemos en Málaga. Quizás pudiera, por la efeméride del momento, buscar las realizadas por Jaime Pimentel. Se me ocurren las de Platero, ya saben, el borriquillo creado por Juan Ramón Jiménez y que está en el Paseo del Parque o la del famoso Cenachero, que anda oculta detrás de la plaza de la Marina. Hablando de don Jaime, busque también la del Pintor Alfonso Canales, que también es suya, y que creo recordar que está en el jardín del Barrilito, en realidad un árbol también llamado Palo Borracho, muy curioso que junto a sus flores amarillas posee alargadas espinas y un tronco hinchado a modo de barril que la sabiduría popular ha dado a este peruano que llegó un día a Málaga como un turista más, tan curioso nombre y, para terminar, la estatua del biznaguero en los jardines de Pedro Luis Alonso, un espacio en memoria del primer alcalde de Málaga tras la Guerra Civil, diseñados por el mismísimo Guerrero Strachan y que miran a La Alcazaba entre sus vecino de Puerta Oscura y el Parque. Es la ruta de Jaime Pimentel, un escultor malagueño de reconocido prestigio mundial. Acérquese a la Judería, casi como empezamos y busque una higuera centenaria, testigo mudo del tiempo, de la historia y de cómo Málaga va cambiando.

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