domingo, 21 de septiembre de 2014

Aquellos cafés que hacían la vida más agradable (Sur)

Los cafés tuvieron un gran protagonismo en la vida social de la Málaga del finales del siglo XIX y principios del XX. Esos locales, además de punto de encuentro para burgueses, profesionales destacados u obreros, fueron lugares en los que cerrar un negocio o divertirse hasta altas horas de la madrugada, sin olvidar las discusiones políticas o literarias. Salvo alguna excepción, como el café Madrid, esos establecimientos ya no son más que historia de una época que no volverá.


La Loba fue tal vez el mejor café de Málaga a lo largo de las últimas décadas de la centuria decimonónica y uno de los más destacados de Andalucía. Mantuvo sus puertas abiertas hasta 1903. Estaba situado en la fachada norte de la plaza de la Constitución, en los bajos de la antigua Casa del Corregidor (junto a la Sociedad Económica de Amigos del País). Destacaba por unos amplios toldos sostenidos por elegantes columnas de hierro con candelabros.

En su interior sobresalía un salón muy espacioso que contaba con un tablado para espectáculos de flamenco, piezas de teatro y zarzuela. Era frecuente que acogiese actos públicos de relieve. Al fondo del local había un emparrado para el servicio de nevería durante los meses veraniegos. Adornado elegantemente, llamaban la atención sus sillas de caoba labrada, al igual que la barra. Los divanes estaban bien tapizados y había espejos de calidad. Todo ello lo convertía en un sitio muy acogedor.

La Loba fue tal vez el mejor café de Málaga a lo largo de las últimas décadas de la centuria decimonónica y uno de los más destacados de Andalucía
Sin duda, otro establecimiento que alcanzó notable fama fue el café de Chinitas, ubicado en el pasaje del mismo nombre. De pequeñas dimensiones y abierto hasta 1937, fue un café cantante y un centro de referencia obligada para estrellas del flamenco como Juan Breva, Antonio Chacón, la Parrala, el Niño de Jerez o la Niña de los Peines. En la década de los veinte, que se llamó Salón Royal, ofreció provocativos espectáculos de variedades que le supusieron diversas multas y cierres temporales.


Al igual que el de La Loba, el café de España ocupaba un noble edificio en la plaza de la Constitución. En concreto, estaba en los bajos del antiguo Ayuntamiento (décadas después se establecería allí la Costa Azul). Este negocio se nutría fundamentalmente de gente de la clase acomoda o media. Para atraer más a la clientela, tenía cómodos divanes. Otro atractivo era que ofrecía la posibilidad de leer la prensa de Madrid, lo que daba paso a intensas tertulias políticas.

El mismo año en que se cerró La Loba (1903) se inauguró El Munich, en la entrada del pasaje de Chinitas. Era un local de reducidas dimensiones que, previamente, había sido una barbería. Aunque muy vistoso, sus adornos eran de cartón piedra. Caldos, pajaritos y cerveza fueron el reclamo principal de El Munich. Acogió tertulias de industriales y comerciantes. Su ambientación romántica atrajo a artistas y literatos. Así, en los años treinta se celebró en este establecimiento el centenario del romanticismo.

Caldos, pajaritos y cerveza fueron el reclamo principal de El Munich
En la calle Granada, junto a la de Echegaray, estaba El Senado, pequeño café con divanes de madera, mesas de mármol y lámparas de globo. Era punto de encuentro de una tertulia literaria a la que asistían Ricardo León, Enrique Rivas, Rafael Mitjana, López Lirio o González Anaya. Tras reñidas partidas de dominó, se hablaba de política, toros y literatura.

El café de la Marina, ubicado en el eje de la Acera de la Marina y Cortina del Muelle, exhibía decoración relativa al mar. Era frecuentado sobre todo por capitanes, armadores, pilotos y marinos que contaban relatos y experiencias de sus travesías.

El Madrid es el único café de esos tiempo que aún se mantiene abierto. Situado en la confluencia de las calles Granada y Calderería, a principios del siglo XX era una confitería y una tienda con un pequeño salón. En seguida se transforma en establecimiento hostelero. En el Madrid se reunían periodistas para debatir sobre distintos asuntos. El baile de la Prensa, en el carnaval, se inicia con una cena en ese local, que era económico y estaba bien atendido.

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