domingo, 14 de marzo de 2010

MALAGA. La plaza de la Merced. (LAOPINION)

GUILLERMO BUSUTIL Hay ciudades que se modernizan o rehabilitan con el pulso inteligente y delicado del cartabón, la escuadra y el rotring, intentando dialogar con su historia y con su entorno. Pero también hay ciudades que cambian su identidad a golpe de voladuras, excavadoras y del mesianismo urbanístico de extraños visionarios fascinados por el pastiche y la falsificación. Málaga es un ejemplo de estas ciudades. En los últimos años, con más o menos resistencia de la sociedad civil que sólo existe en las tribunas de prensa, han desaparecido La Coracha, la fachada mediterránea del puerto y a punto están de hacerlo los Baños del Carmen y la plaza de la Merced. La Coracha, en lugar de ser rehabilitada como un entorno turístico, en el que rescatar la actividad artesanal, se transformó en una muralla de escasa estética que en principio iba a ser un espléndido jardín que dejase ver la potencialidad de la falda de Gibralfaro. Así se dijo unos días antes de que la noche se la tragase. El puerto donde se aprobó derribar el impacto visual del silo y se intentó que el célebre arquitecto Gehry proyectase una iconografía de futuro, se va convirtiendo en un palmeral con el feísmo acristalado de unos cubos que también suponen un impacto con el parque botánico y en un muelle en el que las voces privadas de la economía buscan comprador que levante un edificio totémico. Los Baños del Carmen, que han defendido los vecinos y gentes de la cultura, sobreviven deteriorados y a punto de convertirse en otra cosa que eliminará su encanto, su historia y esa esencia mediterránea que te transporta a Túnez y a Grecia. Y mientras la amenaza fantasma cerca las casas marengas de El Palo y la condena irremediable pende sobre los chiringuitos de playa, le llega el turno a los ficus de la Alameda que hoy empezarán a padecer una poda. La excusa es el deterioro de su memoria verde, aunque muchos sospechan que lo que de verdad pasa es que son un estorbo para el avance del metro bajo su sombra. Estas fauces del urbanismo alcanzan también ahora a la plaza de la Merced. El nuevo espacio golosina de esas secretas y no tan secretas familias de la economía que han visto en la zona una rentable operación de cirugía que pasa por sacarle partido a la venta de los cines Astoria y Victoria y por rebajar la plaza a la altura de los coches y de los peatones.

¿A quién se le ocurren estas brillantes ideas?, ¿por qué nunca se consulta con los vecinos que llevan años viviendo alrededor de la plaza?, ¿por qué nunca se tienen en cuanta las alegaciones ciudadanas y los argumentos de los expertos independientes? La cuestión es que esta plaza ya padeció en 1988 una remodelación, con la poda de los plátanos, que no dejó muy conformes al vecindario, aunque no perdió su identidad decimonónica ni el sabor del espacio nuclear del barrio, al que los niños bajan a jugar y los abuelos a repasar la lista de bajas necrológicas de los periódicos. Nadie duda que si la plaza se allana con la calzada muchos de los negocios de ocio tardarán poco en extender sus terrazas, sin preguntar qué pasará con el tráfico, impidiendo que siga siendo el viejo ágora del barrio en el que sobresale el monumento a Torrijos. En cualquier caso, lo suyo sería ganar el solar del cine y abrir la plaza hacia la calle de la Victoria, Alcazabilla y la imagen de la Alcazaba. De momento, los vecinos han protestado con argumentos pero ya se sabe que el despotismo de todo para el pueblo pero sin el pueblo continúa siendo la máxima imperante de las administraciones. Los poderes que desde hace tiempo entienden las ciudades como un tablero de monopoly; las que reclaman sueños de capitalidades sin reconocer su realidad ni contar con verdaderos expertos; las que especulan con barrios deteriorados y montes porque conocen de antemano los pgous que terminarán aprobándose; las que siempre se fijan en otros modelos porque lo propio le parece antiguo o pobre y están decididas a entrar en la lamentable moda del mimetismo urbanístico. Hace muchos años que esto ocurre en Málaga. La ciudad que ha invertido en varios planes estratégicos que no han servido para nada. Una Málaga que padece el complejo de los nuevos ricos y que poco a poco fenicia con la poca alma que le queda.

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