Sabían que la maravillosa esquina entre el parque y La Farola era un privilegiado mirador despejado hacia el puerto, y como tal lo incorporaron al plan urbanístico del recinto. Pero enseguida comprendieron que, en los tiempos que corren, el concepto de privilegio urbano es sinónimo de plusvalía, y el mirador se ha convertido en una gran cajón para hacer caja de más de cien metros de longitud y cinco plantas de altura de carácter cultural, emblemático, sostenible y todo ese untuoso arsenal dialéctico con que la trapacería se disfraza hoy de corrección política. Prometieron también un muelle 1 refulgente de comercios y restaurantes de calidad. Pero los cruceristas en tránsito van a toparse con el chafarrinón de esa mole junto a un supermercado allí donde debería recibirles un ventanal hacia la Plaza de Torrijos y el Castillo de Gibralfaro: patrimonio de siglos sucumbido ante un tosco y fullero mercadeo.
Los dueños de la ciudad defraudan las expectativas ciudadanas de la única manera que el poder encara estos trances, esto es, con publicidad y prepotencia, pues si admitieran el error dejarían de ser dueños, y los dueños saben muy bien cómo mantener sumisos a los ciudadanos. Pero nunca el rechazo a un proyecto ha suscitado en Málaga tanta unanimidad, y aunque su sociedad sigue enroscada en los bizantinismos sobre su desvertebración desde el lecho confortable de la queja, tanto descontento aglutinado puede desbordar a esas instituciones que, nacidas para ser la voz del pueblo, guardan hoy un silencio pastueño de corderos acotados en sus rediles.
En cualquier caso nadie se acordará de quienes han perpetrado todo esto cuando hayamos muerto, ya que, además de contar con la ventaja de hacerlo en una ciudad desmemoriada, no se sabe de ninguna estatua que recuerde al promotor de un supermercado.
Salvador Moreno Peralta es arquitecto.
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