domingo, 11 de julio de 2010

SALVADOR MORENO PERALTA. Los dueños de la ciudad. (ELPAIS)

SALVADOR MORENO PERALTA 11/07/2010

Resulta imborrable aquella imagen de Jesús Gil despechugado en los balcones del Palacio de Justicia: con un abanico aventaba tanto el sudor de sus carnes como la montaña de delitos por los que iba a ser juzgado. Era la imagen más chabacana de la arrogancia, la que correspondía al dueño de Marbella. Hoy los dueños de Málaga se asoman a su balcón portuario con el pecho tatuado por un nombre comercial, y en la espalda un escarnio: "Málaga Cultural". Pisan fuerte para dejar bien claro quiénes son los herederos de aquellos pijos burgueses que construyeron la gloriosa ciudad decimonónica. Tras tantos años de almoneda urbana, siguen creyendo que los malagueños van a empeñar sus mejores piezas en el monte de piedad. Puede ser. Hemos sido un país de dueños y de súbditos, y todavía cuesta mucho ejercer el orgullo ciudadano cuando en el fondo del subconsciente colectivo se agazapa un punto de recelo hacia el poder y su cólera.

Prometieron hace décadas a los malagueños abrirles el puerto para la expansión jubilosa de su parque hasta el espejo de la dársena, derribando la verja que los separaba. Demolieron para ello un modesto silo de una abstracción racionalista con ingenuos detalles vernáculos. Construyeron en su lugar el "Palmeral de las Sorpresas" (¡ah los taumaturgos del marketing), con pocas palmeras, pérgolas sin sombra, brillantes cubos de cristal sin uso y un desnivel de metro y medio sobre la ciudad, con lo que ya nunca más podremos cruzar a pie desde el parque al puerto, porque ahora tendremos el desnivel... y de nuevo la verja para que la gente no se mate.

Sabían que la maravillosa esquina entre el parque y La Farola era un privilegiado mirador despejado hacia el puerto, y como tal lo incorporaron al plan urbanístico del recinto. Pero enseguida comprendieron que, en los tiempos que corren, el concepto de privilegio urbano es sinónimo de plusvalía, y el mirador se ha convertido en una gran cajón para hacer caja de más de cien metros de longitud y cinco plantas de altura de carácter cultural, emblemático, sostenible y todo ese untuoso arsenal dialéctico con que la trapacería se disfraza hoy de corrección política. Prometieron también un muelle 1 refulgente de comercios y restaurantes de calidad. Pero los cruceristas en tránsito van a toparse con el chafarrinón de esa mole junto a un supermercado allí donde debería recibirles un ventanal hacia la Plaza de Torrijos y el Castillo de Gibralfaro: patrimonio de siglos sucumbido ante un tosco y fullero mercadeo.

Los dueños de la ciudad defraudan las expectativas ciudadanas de la única manera que el poder encara estos trances, esto es, con publicidad y prepotencia, pues si admitieran el error dejarían de ser dueños, y los dueños saben muy bien cómo mantener sumisos a los ciudadanos. Pero nunca el rechazo a un proyecto ha suscitado en Málaga tanta unanimidad, y aunque su sociedad sigue enroscada en los bizantinismos sobre su desvertebración desde el lecho confortable de la queja, tanto descontento aglutinado puede desbordar a esas instituciones que, nacidas para ser la voz del pueblo, guardan hoy un silencio pastueño de corderos acotados en sus rediles.

En cualquier caso nadie se acordará de quienes han perpetrado todo esto cuando hayamos muerto, ya que, además de contar con la ventaja de hacerlo en una ciudad desmemoriada, no se sabe de ninguna estatua que recuerde al promotor de un supermercado.

Salvador Moreno Peralta es arquitecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario