domingo, 12 de diciembre de 2010

MALAGA. De la vida asomada. (MALAGAHOY)

Origen de Málaga por su condición de orilla y reducto aislado entre centros comerciales, este enclave tiene en lo humano su porción más discreta, mientras el futuro se desliza con demasiadas promesas.

PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 12.12.2010 - 01:00
zoom
zoom
Pues sí, por aquí camparon los fenicios a sus anchas hace, por lo menos, 2.800 años. Si hubiera que señalar en el mapa el origen del estricto término municipal de Málaga, habría que clavar el dardo aquí antes que en la calle Alcazabilla. En este recodo, tan cerca del Guadalhorce, casi en su misma orilla, y tan cerca de su desembocadura, se levantaron altares en honor de Noctiluca, y luego los púnicos hicieron lo propio con Tánit. Aquí se construyó la colonia fenicia más importante de Occidente, un enclave que resultó ser mayor y más influyente de lo que se creía hasta que los yacimientos sacados a la luz gracias a la ampliación del Aeropuerto aportaron una información decisiva al respecto. Por aquí fueron introducidos en la Península Ibérica productos tan esenciales como el hierro y la vid. Aquí habitaron no sólo fenicios, también griegos, y hasta posiblemente egipcios, que vieron en este extremo del Mediterráneo su sueño de prosperidad. Aquí cambiaban los fenicios a las comunidades íberas las joyas que habían sustraído de las costas libanesas, italianas, griegas y norteafricanas (a menudo extraídas de enterramientos) por los elementos necesarios para edificar sus viviendas, sus factorías, sus necrópolis. Aquí se construyó uno de los primeros astilleros de Europa. Y resulta paradójico comprobar cómo casi treinta siglos después esta zona es una de las más despobladas de la capital, un páramo de cañaverales rodeado de polígonos industriales (Cortijo San Julián, Mi Málaga, Villarosa) y las nuevas áreas comerciales y de ocio, a las que habría que añadir los parkings privados ideados para usuarios del Aeropuerto, que ya llegan hasta aquí. Sólo dos núcleos poblacionales resisten en la antigua maravilla fenicia y púnica, Guadalmar y San Julián. El primero tiene su parador, sus hoteles, su vida en verano, pero en el segundo muy poco del trasiego generado por todo ese movimiento económico y turístico se deja notar. Entre el Camino de Guadalmar a la Loma, el Camino de San Julián y el Camino de los Carabineros, la ciudad se revela tiernamente, escuálida, mínima, pero insobornablemente aislada, una mónada urbana entre el furor de quienes aspiran a comprar un forro polar a 4'95 euros en el Decathlon o un sofá a 75 en el Ikea. Nada de eso se filtra aquí. Con sus casas encaladas, sus pocos comercios, su estación del cercanías, su connotación de segmento evitado, no surcado, San Julián tiene en lo humano su parcela más discreta, pero merece la pena descubrir aquí, también, a Málaga.

El cielo amenaza lluvia constante, por más que en la radio del coche el locutor diga lo contrario. Hace pocos días cayó una tormenta de las que no se olvidan y a uno no le gustaría verse sorprendido en San Julián por un fenómeno semejante. Hasta hace poco, cada chaparrón se traducía aquí en tragedia: sótanos anegados, automóviles amontonados en el barro, familias condenadas una y otra vez a la ruina. Pero el Guadalhorce, tan callado, tan habitualmente seco, siempre puede volver a desbordarse. Y quienes más lo pagarían serían los vecinos que deben andar metidos en sus casas. Mientras la prometida plaza de aparcamiento se resiste, no aparece nadie por la calle. Un bar desierto con la puerta entornada, una frutería demasiado oscura. Pero, con un poco de precisión, se pueden distinguir ciertos rostros que observan detrás de las ventanas. Después de estacionar y emprendido ya el camino a pie, los mismos rostros se asoman, esta vez a las puertas, con silencio y atención, como diciendo qué hace usted aquí, qué desea. Más cañaverales, más tierra llena de matojos, extensiones que se abren sin nada que ofrecer, sólo negocios e industrias de los polígonos comerciales que han llegado hasta aquí, pero no quiero cambiar el aceite al coche ni comprar maquinaria de ningún tipo. Pronto, un establecimiento se promociona visiblemente como el rey del pollo asado, y el Mesón del Tío Paco, cuyas croquetas revisten amplia popularidad, aportan algo de familiaridad al paisaje. San Julián es un pueblo. Una villa independiente en el distrito de Churriana. Sus habitantes trabajan, fundamentalmente, en los polígonos industriales cercanos, pero también en la construcción, de manera que aquí la crisis también se ha dejado notar con crudeza. No hace falta que se desborde el Gualdahorce para que más de uno sienta el agua al cuello.

En el cruce de los caminos de Guadalmar a la Loma y de los Carabineros se percibe al fin movimiento en la calle. Algunas mujeres llevan sus carritos de la compra de vuelta a casa. Hay supermercados, y también algunos ultramarinos domésticos, de ésos en los que uno puede encontrar un exquisito lomo en manteca casero, tan propio para estas fechas. A pesar de que quien camina parece haberse reconciliado ya con la rutina, el orden urbanístico es todavía caótico: las calles parecen muy rectas, pero las casas, a menudo radicalmente distintas unas de otras (notables mansiones de dudoso gusto arquitectónico y de varias plantas conviven con cobertizos), se disponen colocadas de cualquier manera. Por alguna razón misteriosa, el tono albero es muy popular en las fachadas. Hay aquí más bares abiertos. En ellos, un señor con chándal de Adidas, bigote de guardia civil y cabello engominado hacia atrás se toma un vino con un compadre. "Esto es una ruina, hay mucho paro, hombre. Hay familias que lo están pasando mal". ¿Y la incomunicación? "Bueno, con el tren y el autobús nos apañamos. Sobre todo con el tren, en un rato estás en el centro. Claro que siempre tienes que estar dependiendo de eso. Para ir a una farmacia hay que coger el coche y trasladarse al Aeropuerto, al Plaza Mayor o a Churriana". De nuevo en la calle, una mujer que lleva su carrito de la compra se detiene con una sonrisa especialmente amable, aunque hace viento y su melena rizada la agobia un poco. "Ahora están arreglando los accesos a la autovía, esperamos que sea más fácil llegar hasta aquí. Y si hacen un parque en el Campamento Benítez, también nos vendrá muy bien. Lo del Museo del Transporte, la verdad, me interesa menos". Lo prometido, en San Julián, es una deuda aún mayor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario