domingo, 29 de mayo de 2011

En territorio secreto (Málaga Hoy)

En su altura insobornable, como un vértice clavado en la frontera última de Ciudad Jardín para Málaga, este barrio sobrevive al desgaste del tiempo mientras a su alrededor el mundo se transforma

PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 29.05.2011 - 01:00
zoom

chica camina junto a los portales típicos de las calles de la zona y una panorámica con algunas construcciones más recientes.

zoom
zoom
La calle Quintanar de la Orden atraviesa Alegría de la Huerta como una arteria decisiva para el riego sanguíneo. Todo parece en silencio, pero de pronto, inesperado, suena el tañer de un pandero, preciso, inconfundible, un pandero de verdial, vertiginoso en su ritmo y pródigo en el color de sus metales. Y entonces todo tiene sentido. Alguien ensaya en su casa para acompañar los cantes y bailes futuros, y la verdad es que el verdial encaja aquí como un guante. En su extremo de Ciudad Jardín, como una atalaya alzada en la ladera del monte, con el paisaje de la presa al frente y una morfología hecha de cuestas inevitables, Alegría de la Huerta, como Mangas Verdes y otros epicentros cercanos, sirvió ya a comienzos del siglo pasado de nido de acogida para la instalación de no pocos inmigrantes procedentes del interior de Andalucía, en su mayor parte de la propia provincia de Málaga. Estos pioneros sobornaron así el relieve y lo conquistaron, primero con algunas casas unifamiliares de las que aún quedan algunos testimonios, más tarde, ya a mediados de siglo, con los bloques de viviendas típicos que coronan el paisaje, justo sobre la ascensión de Jardín de Málaga. La mayor parte de la población del barrio, cuyo envejecimiento en las últimas décadas ha sido notable, continúa viviendo en los mismos edificios, las inconfundibles construcciones de cuatro alturas similares a las que se pueden encontrar a otros barrios de signo eminentemente obrero, de Carranque a La Palmilla. Así que el verdial hace justicia y memoria a aquellos primeros habitantes, llegados de la misteriosa espesura de Los Montes en la que el fandango es moneda común y lengua aparte. La afición persiste y se alimenta justo en el entorno señalado por el Acueducto de San Telmo: lo que antaño quedara señalado para el tránsito del agua que habría de ser distribuida en la ciudad hoy es una realidad urbana, esculpida como barrio para el crecimiento de la ciudad a pocos metros de la autovía. Pero muchos de aquellos edificios, eso sí, necesitan una reforma urgente: hay fachadas a las que no les haría falta mucha lluvia ni mucho viento para venirse abajo, cables sueltos que salen al paso del peatón en la acera como señal de un tendido eléctrico catastrófico y balcones y terrazas que apuntan a la ruina. En algunas de esas fachadas se anuncia la intervención de la Junta de Andalucía dentro del programa de rehabilitación de edificios antiguos; en otras, da la impresión de que esa reforma va a llegar demasiado tarde.

Lo curioso es que ese mismo desgaste propiciado por el tiempo, del que Alegría de la Huerta sobrevive fundamentalmente por la complicidad de su vecinos, ha actuado también fuera del estricto perímetro del barrio hasta convertir a éste en poco menos que una isla. Extensiones rurales que hasta hace pocos años permanecían vírgenes, como Huerta Nueva, acogen en la actualidad urbanizaciones con amplias áreas de esparcimiento e instalaciones deportivas, en pleno contraste con el vértice primigenio, que también cuenta con algunas pistas y ciertos equipamientos de titularidad municipal. Apartado de la refriega cotidiana de la ciudad por imposición de la geografía, a la manera de un territorio secreto que muchos malagueños desconocen y en el que sin embargo se respira cierta familiaridad doméstica entre sus calles, este barrio respira, en gran parte, por la iniciativa de sus vecinos: en algunos jardines comunitarios, por ejemplo, pueden verse piscinas desmontables ya instaladas para disfrute de los más pequeños. Aunque en esta mañana calurosa, que pregona a gritos el inminente verano, la calle está gobernada por mujeres, mayores, menores, pequeñas y grandes, silenciosas y elocuentes, inquietas o detenidas, como si el barrio les perteneciera a ellas en exclusiva en una fantasía propia de Aristófanes. Son ellas las que mantienen limpias las calles y decentes los jardines. Un centro cultural y de ocio destinado en exclusiva a amas de casa, también puesto en marcha por el Ayuntamiento, da buena cuenta de la sensibilidad que aquí se cuece al respecto. Por lo demás, mujeres y hombres se dejan ver en las cafeterías de Alegría de la Huerta, que son más bien pocas, tanto que bastantes vecinos deciden bajar la cuesta y dirigirse a las de Jardín de Málaga, más amplias y variadas.

La población del barrio es escasamente mestiza: se percibe el cambio de testigo de una generación a otra a lo largo de los años, sin que se hayan brindado demasiadas oportunidades a nuevos inquilinos. Por lo general aquí se compran pocos pisos, aunque la crisis ha empujado a algunas familias a poner en venta los suyos en los últimos años. El índice de desempleo es notable, por lo que abundan la ocupación efímera y la economía sumergida. Pero desde la calle Pastora Imperio Málaga se ve distinta, ajena a este trozo de sí misma que la vigila, absorta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario