domingo, 26 de junio de 2011

MALAGA. En alas del caudal urbano. (MALAGAHOY)

Málaga fue por primera vez una gran ciudad aquí, en este trazado que desde el corazón del municipio hasta la circunvalación abre, a lo largo de la Avenida de Andalucía, todo un mundo dinámico, humano y diverso

PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 26.06.2011 - 01:00
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En la página anterior, paisaje desde el Puente de las Américas, estructura emblemática en la articulación del casco urbano malagueño. En esta página, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, una escultura junto al mismo puente, tráfico rodado en la Avenida de Andalucía, un poco de paz con prensa y perro, la popular escultura de Miguel Berrocal en los Jardines de Picasso y perfil arquitectónico desde la Plaza de Manuel Alcántara.

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Podemos andar, dice él, seguir caminando hasta la comisaría; pero ella replica, está muy lejos y hace mucho calor, mejor tomamos el autobús. La pareja de jóvenes estudiantes se acerca a la parada del 20 más próxima a El Corte Inglés, ella con el pelo recogido en una trenza admirable, él más humano debajo de su camiseta de La naranja mecánica, los dos se sientan y esperan mientras a pocos pasos la obra del metro todavía es una jauría prehistórica de dinosaurios encajados en el inframundo. En Hacienda, las colas para ultimar las declaraciones de la renta de los más rezagados abultan de manera considerable, son tantos los que se resisten aún a formalizarlo todo por internet, con los papeles en la mano, dice un señor bajito con camisa de rayas mal metida en los pantalones y tocado con una gorra naranja de fontanero, con los papeles en la mano no le engañan a uno. Es un jueves de junio por la mañana, hace un calor sofocante pero el cielo está nublado y desde el puente de Tetuán se advierte cierta niebla aún espesa; toda esta emulsión multiplica el efecto del bochorno en los organismos pluricelulares: en el puente abundan los notables trajeados que corren a toda prisa con sus carpetas y maletines en la mano, los grupos de turistas veinteañeros que deciden aventurarse más allá del centro, los hombres y mujeres que vienen cargados de bolsas desde el mercado de Atarazanas, más estudiantes con mochilas y mamotretos, vendedores de lotería, mendigos que piden en silencio su limosna, policías que custodian la seguridad del respetable y músicos callejeros que puntean Let it becomo lección del primer curso de guitarra por correspondencia, una marea que se extiende en mil y una direcciones, tal vez hacia la Alameda, tal vez hacia la Avenida de Andalucía. Siguiendo la orientación de esta última salen al encuentro la sede de Correos (detenida como un gigante herido y cubierto en la orilla del río, o lo que una vez fue un río), El Corte Inglés, la iglesia de San Pedro, sus anchas aceras como plazas, el parking público, la Plaza de Manuel Alcántara (o lo que queda de ella por obra y gracia de las obras del metro), la conexión todavía cerrada a causa de las mismas obras con la Estación María Zambrano a través del Perchel, y mucha más gente, mayores y niños, vestida a la última o con las chanclas del verano pasado recién desempolvadas, dispuesta a gastar dinero en las tiendas o a encontrar el modo de ganarlo, gente que habla a voz en grito en sus teléfonos móviles y tienta a la suerte para cruzar la avenida cuando todavía no ha cambiado el semáforo, vamos ahora, Antonia, ahora que no viene nadie. En pocas áreas de la ciudad se puede adquirir una impresión similar de dinamismo, de calidad humana puesta al límite de su velocidad, seguramente porque en pocos sitios tanta gente se la juega cada día para llegar a tiempo a donde tiene que dejarse el pellejo. Desde aquí, desde esta parada del 20 en que la pareja del comienzo espera el autobús que la lleve a la comisaría, se abre la Avenida de Andalucía, el enorme trazado cuyas lindes coinciden con el Polígono Alameda, más comúnmente conocido como la Prolongación de la Alameda. A medida que el caminante da la razón a los usuarios de la EMT, agobiado por el calor, las aceras se hacen todavía más anchas, los jardines compiten en la conquista del espacio con edificios de utópica arquitectura setentera y la gente, más gente, se adueña de todo lo que queda a su alcance, como si este barrio, que lo es, o lo parece, también fuera un festín puesto a su servicio.

Málaga tuvo aquí su primera estampa de gran ciudad. La tradicional frontera del río quedó fulminada cuando se conectó el corazón de la urbe, encarnado en la Alameda, con sus salidas, hoy amasadas en la circunvalación. Un salto de varios kilómetros adscrito a la Avenida de Andalucía, que todavía hoy sigue sosteniendo buena parte del tráfico diario de la ciudad, como un lento monumento a la postmodernidad. Para llenar la extensión ganada se dio rienda suelta a la utopía: el sueño de una Málaga cosmopolita y próspera se escenificó en sus primeros grandes edificios. La Avenida de Andalucía vio nacer así las pioneras alturas arquitectónicas, edificios que hoy, unos cuarenta años después, prosiguen a pleno rendimiento como sedes de las más diversas instituciones (de consulados a bancos), residencias de una presunta clase burguesa inevitablemente venida a menos y despachos de profesionales liberales de la más diversa calaña. En la misma avenida pueden encontrarse grandes agentes testimoniales como Cortefiel y el centro universitario de español para extranjeros, una tónica que se multiplica en los contornos, ya sea en la Plaza de San Juan de la Cruz o en la Avenida de la Aurora, donde las delegaciones del Gobierno andaluz, los centros comerciales, los bufetes de abogados y las clínicas pediátricas son ya patrimonio señero del barrio. Toda una ciudad vertical se resuelve en cristalería y cemento, signo de una época en la que se tenía la ilusión de que la ciudad funcionaba, o podía funcionar. Pero en los espacios que esta anatomía ambiciosa deja en blanco, como santuarios respetados, brotan los lugares de esparcimiento. Los Jardines de Picasso son un recodo emblemático en Málaga y un parque único en su género, con su diversa oferta floral y botánica, sus senderos para paseantes bucólicos, sus bancos para lectores en busca de quietud, su histórica escultura de Berrocal, sus columpios y sus plazas de nombres extraños. Hoy, un verdadero trajín alimenta este rincón verde que se muestra más sucio de lo que debería, padres que llevan a sus pequeños en hombros, solitarios que pasean a sus perros o practican footing a nivel avanzado, canis que juguetean con sus Ipods mientras silban a una chica que pasa hojeando una revista. Los jardines conectan con los que rodean al Puente de las Américas, otro emblema de la articulación malagueña, y desde este punto hasta el final de la Avenida de Andalucía (allí donde asoman El Fuerte, Carranque y Los Corazones, alzados como periferia para que evitar que el Polígono Alameda lo fuera) más edificios altos perfilan un horizonte que quiso ser vanguardia y hoy amanece teñido de nostalgia, con sus grandes luminosos en las azoteas. Nadie diría que aquí hay crisis: todo se desplaza como un rayo. Una señora muy delgada y con grave voz masculina pasea a su nieto en cochecito mientras remata un Chester: "¿Esto, un barrio? Aquí no se conoce nadie". Es el precio a pagar que imponen los tiempos. Pero Málaga se desborda.

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