lunes, 19 de mayo de 2008

El vecino Michael Reilly

Este ciudadano británico habita una de las casas levantadas sobre suelo rústico
Entre las decenas de vecinos que habitan en el diseminado Los Arias se encuentra uno algo peculiar. La palidez de su piel y el idioma que emplea lo convierten en un rara avis en un contexto marcado por lo rústico. Michael Reilly es uno de los habitantes de este núcleo diseminado que se levanta a unos diez kilómetros de Campanillas y uno de los muchos ciudadanos extranjeros, muchos de nacionalidad inglesa, que buscan en este entorno espacial un lugar de descanso y asueto en el que olvidar los malos humores y el mal tiempo de su país. Y tras seis años, se ha hecho hueco en la vecindad."Compré la finca por internet a una vendedora española. En la oferta se incluían hasta diez parcelas en diferentes municipios de la provincia, pero ésta fue la que más me interesó", cuenta. El aspecto actual de la casa dista bastante de lo que se encontró cuando la adquirió, ya que hubo de impulsar varios trabajos de reforma y reparación de las instalaciones. A diferencia del resto de habitantes de Las Arias, el agua no es un problema para él, ya que se beneficia de un pozo situado en el interior de la parcela. Aunque se trata de un líquido que no pueden beber. "Tenemos agua para bañarnos y fregar los platos, pero no para beber". Michael viene a Málaga seis o siete veces al año, coincidiendo con los fines de semana o periodos vacacionales. Sin embargo, la vivienda es ocupada de forma permanente por un amigo suyo, que disfruta de la calma del campo. "Al principio no nos dimos cuenta de que la construcción era irregular, al estar edificada en suelo no urbanizable. Hemos pasado miedo, pero ahora estamos intentando normalizar la situación", añade.Su vida ha pasado de la extrañeza inicial con sus vecinos a una integración plena. "Estamos muy a gusto y nuestra relación con ellos es buena", dice, al tiempo que señala que uno de los hijos de una familia que vive en este diseminado le ayuda a arar el huerto, sin que quiera cobrar por ello. La parcela a la que se refiere este ciudadano inglés está integrada por limones y almendros, fundamentalmente. Como en su caso, otros muchos ciudadanos españoles apostaron hace años por buscar la paz del campo. Conchi Fernández y su marido llevan catorce años en estas circunstancias. Compraron una parcela de 10.000 metros cuadrados y levantaron una pequeña vivienda de unos treinta metros cuadrados, a la que acuden todos los fines de semana. "Lo hacemos para desahogarnos del trabajo", afirman. Juan Herrera tiene 73 años de edad y adquirió una pequeña finca y una casa en la que pasar algunos fines de semana. Sin embargo, aquella acción se convirtió en decisiva en su vida y la de su mujer, Antonia. "Al final ha sido una cosa muy grande, porque mi mujer tiene problemas de asma y desde hace dos años estamos viviendo aquí de forma permanente. Es una bendición para ella, porque puede respirar aire limpio", confiesa. En el otro lado de la línea de edad está Iván García, de 25 años. Trabaja en la obra, en Málaga capital, y todos los días tiene que recorre en coche los bacheados caminos que discurren entre Campanillas y Los Arias. A pesar de las adversidades del ambiente en el que reside ahora, en casa de sus padres, no tiene duda al asegurar que su deseo es el de seguir viviendo en este diseminado. "Me gustaría vivir aquí toda la vida. Si puedo haré mi casa aquí", comenta. "Somos como los conejos del campo, nacemos y morimos aquí", apostilla otro vecino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario