domingo, 16 de agosto de 2009

El legado de los geógrafos. (SUR)

Desde la conquista del Reino de Granada, las ciudades costeras sufrían los asaltos de corsos y berberiscos .

I días pasados comentaba la visión que tuvieron de Marbella los viajeros musulmanes, hoy voy a centrarme en los geógrafos reales, unos visitantes muy peculiares. La estancia de los 'turistas' medievales era accidental -un alto en su camino para descansar, proveerse de vituallas y atender a sus caballerías-; sin embargo éstas otras estaban originadas por lo que denominaríamos 'motivos oficiales'.

Desde la conquista del Reino de Granada, las ciudades costeras sufrían periódicamente los asaltos de corsos y berberiscos. En prevención de éstos, la corona fortificó el litoral reforzando las torres vigías existentes y construyendo otras en los puntos intermedios. Surge así el sistema defensivo, un cinturón fortificado en torno al mar que fue motivo de una exposición itinerante por los pueblos de la Costa del Sol Occidental, organizada por Cilniana y Acosol.

Para conocer su vulnerabilidad ante el enemigo y las posibles carencias que pudieran presentar, se enviaba periódicamente a geógrafos con la misión de visitar la costa e informar sobre las posibilidades de mejorar esta vigilancia. Una misión complementada con una serie de dibujos ilustrativos que hoy resultan de gran utilidad para conocer como eran nuestras ciudades en aquella época.

Fueron muchos los geógrafos que acometieron esta empresa, pero me voy a detener en dos extranjeros que representan a dos etapas diferentes, los siglos XVI y XVII. Antonius van der Wyngaerde, conocido en nuestro país como Antonio Viñas, inspeccionó nuestra costa a mediados del siglo XVI y dibujó una serie de panorámicas que llaman la atención por su amplitud y meticulosidad. Por ellas supimos que las termas romanas de Guadalmina tenían un acueducto para traer el agua desde el riachuelo. Una perspectiva difícilmente imaginable hoy en día.
Wyngaerde coloca a Marbella en el centro de un paraje árido, como si quisiera llamar la atención sobre una ciudad aislada, apenas protegida por unos muros que impedían su desarrollo urbano. El hecho de que incluyera la otra orilla del mar, la costa norteafricana, puede interpretarse como una clara intención de plasmar la fragilidad que presentaba ante los ataques de los corsarios.

Más realista y minucioso se muestra Pedro Texeira en el primer cuarto del siglo XVII. Para este portugués, Marbella, que aparece presidida por el convento de San Francisco, aparece rodeada de huertas y manantiales que aportan una pincelada de verdor y frescura al paisaje. Supo plasmar asimismo la expansión hacia el norte, el arrabal o barrio alto, con calles muy definidas; las tenerías a orillas del río de ese nombre e, incluso, el arroyo que a modo de foso bordeaba la muralla por el sur de la ciudad.

Mientras Van der Wingaerde observa el paisaje desde una cota elevada, acaso el pico de la Concha, Texeira opta por una panorámica desde el mar, en la que inserta los principales ríos del municipio y las torres costeras, incluida la de la Mar, hoy desparecida.

Dos visiones diferentes sobre una ciudad en la que se atisban indicios de una evolución urbana que terminará por derribar su muralla para expandirse por las huertas de su entorno.

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