viernes, 3 de junio de 2011

Nociones de arqueología sentimental (Málaga Hoy)

Hay ruinas que funcionan como faros en el paisaje, con la capacidad de hacer encontrar a uno el mejor camino hacia sí mismo l Algunos de los rincones donde la vida transcurrió no hace mucho son ya como foros romanos o dólmenes megalíticos l La piedra pone coto a la memoria en Málaga

| ACTUALIZADO 03.06.2011 - 01:00
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No es una prisión ni nada relacionado con Edgar Allan Poe: lo que fue el Centro de Exposiciones Sur hoy se cae a trozos.

NO hay placer mayor para alguien que ama los libros que visitar la antigua biblioteca de Éfeso. Un cristiano siente en la Vía Dolorosa de Jerusalén que forma parte de algo infinito y eterno. Para un actor no debería haber templo más honorable que el Teatro de Dioniso en Atenas, ni para un médico el Asclepeion de Pérgamo. El Mediterráneo cuenta con numerosos testimonios arqueológicos que explican de dónde venimos y, lo que causa aún mayor admiración, a dónde vamos. Por su situación geográfica y su devenir histórico, Málaga también. Lo que ocurre es que aquí, con excepciones honrosas como la del Teatro Romano, la mayor parte de la arqueología está arrasada, olvidada, sepultada o ignorada, desde las moradas de íberos y fenicios hasta los callejeros árabes y judíos, a la espera de que alguna administración invierta los recursos necesarios para su recuperación. Afortunadamente, queda otro tipo de ruina en la que uno puede reconciliarse con la historia personal: la que se convierte en objeto de estudio de la arqueología sentimental, es decir, la que componen los restos de los lugares (entonces enteros y operativos) en los que uno, no hace demasiado, vivió, creció, sintió, pensó y hasta fue feliz. Cada uno tiene sus particulares ejemplos al respecto, porque la arqueología sentimental, como la esposa y como la ropa interior, no se comparte. En otros artículos he escrito largo y tendido sobre algunos de mis más entrañables casos íntimos, desde los cines Astoria y Victoria hasta algunas tabernas a las que me llevaba mi padre de niño (para tomar un zumito, mal pensados) hoy reconvertidas en bazares chinos. Pero recientemente pasé en coche por el antiguo Centro de Exposiciones Sur, junto a lo que fue la Renfe, y al ver todos aquellos muros repletos de desconchones, las vidrieras reventadas, las rejas instaladas para evitar la intrusión alevosa y el aroma general a dinamita, a derrumbe y a nido de insectos y ratas, pensé, un momento, aquí está mi iglesia excavada en las montañas de Konya, mi pirámide de Egipto, mi catedral / mezquita / museo de Santa Sofía en Estambul, mi foro romano de Baelo Claudia, mi pila bautismal bizantina en Tuburbo Majus. Sólo que yo sí estuve aquí mientras esta especie de Casa Usher salida de las sombras tuvo sus puertas abiertas: en su interior vi por primera vez a la Fura dels Baus con Manes (¿recuerda alguien aquel espectáculo brutal?, debió ser por el 93), asistí a varios conciertos, pasé algunos veranos de mi infancia gastando el tiempo con atracciones y juegos y llegué a conocer a algunos que luego fueron amigos cómplices y duraderos. Ahora, al ver tan emblemático edificio dejado a su suerte, varado como una ballena junto a la estación de autobuses, uno siente que comparte algo de esa misma ruina y da la razón, qué remedio, a los aguafiestas que advertían de que aquello no podía durar para siempre.

Dicen que el Ayuntamiento quiere recuperar el edificio. Que lo ha propuesto como local de oficinas para el Imfe y como instalación de locales de ensayo para grupos de música (igual son las bandas de la Semana Santa las que terminan aquí). También fue propuesto como sede de la Escuela de Arquitectura. Sería un gustazo verlo de nuevo en marcha, si es posible con una utilidad de interés verdaderamente público. Pero quién sabe: faltan tantos rascacielos y tantos museos de museos por construir que a cualquier muro puede tocarle else acabó. Dirán que en Málaga hay edificios mucho más importantes a los que reivindicar una recuperación, y tendrán razón. Pero la memoria personal no entiende mucho de la calidad de la piedra. Inspira cierta tristeza no resuelta aún que para construir nuevos espacios haya que abandonar otros, y sobre todo que los primeros no continúen el espíritu y la función de los segundos. Pero así son las cosas: todo fluye, cierto, menos uno mismo.

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