domingo, 11 de septiembre de 2011

La altura contra el vacío (Málaga Hoy)


Con sus torres de 12 plantas y su condición de espacio urbano ganado al monte, este barrio del distrito de Ciudad Jardín es un colosal experimento ciudadano en el que todas las historias confluyen
PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 11.09.2011 - 01:00

Resulta difícil abarcar desde cierta distancia el perfil completo del Parque del Sur y no acordarse de La torre de Babel, el inmortal cuadro de Brueghel El Viejo. Algo de fortaleza alzada con ínfulas celestiales tiene este barrio, dispuesto con ánimo circular a modo de aduana protectora, con sus emblemáticos edificios de viviendas de 12 plantas propiciándose mutua sombra. Desde Guerrero Strachan esta apariencia intimidatoria se refuerza en sus tonos ocres: cientos de ventanas erguidas con colmenera paciencia, lavaderos que exhalan humos de ollas y pucheros, dormitorios con la ropa tendida, equipos de aire acondicionado que continúan a todo trapo mientras dura el verano, algunas cabezas que se asoman en esta mañana taciturna y sin embargo soleada, carteles que por todas partes anuncian ventas y alquileres (por algo esta zona es una de las más perseguidas por inmobiliarias dirigidas a la más amplia y diversa clientela), fachadas necesitadas de las más urgentes reformas, todos los elementos inmersos en la pupila se refieren a un micromundo que también apunta la ciencia-ficción, con la destreza icónica de un Blade Runner sin paneles digitales japoneses, el ladrillo en toda su dureza, o tal vez a la óptica de un entomólogo profesional, el mensaje del enjambre. Esta masa compacta que es el Parque del Sur se impone decididamente en el paisaje, mucho más allá del monte al que sustrajo una porción decisiva de su anatomía para instalarse: si el barrio desapareciera de pronto, la percepción del vacío en un radio urbano definido fundamentalmente a base de casasmatas sería demoledora. De modo que sí, estas alturas rematan un experimento ciudadano y arquitectónico de primer orden, ya sea por el modelo de convivencia social que impone o por el apunte de villa posible, truncado allí donde Mangas Verdes y Monte Dorado tienen sus incontestables fronteras. 

Una vez que el caminante inicia el recorrido circular al que invitan las calles del Parque del Sur, la sensación inicial de mole infranqueable se sosiega como la mañana tras una noche agitada. El trazado es similar al de otros barrios del distrito de Ciudad Jardín, como Jardín de Málaga. La población se impone al monte a base de cuestas, con carriles en una sola dirección, aceras arboladas, edificios en pendiente y la más que notable dificultad para encontrar una plaza de aparcamiento. En la avenida de Las Postas cunden las cafeterías, las cajas de ahorros y los comercios, abiertos en los bajos de los mismos edificios y con abundante clientela. Cualquier extensión digna de convertirse en zona común cuenta con bancos, jardineras o algún columpio para pasar por tal. La altura de los bloques y los cientos de coches estacionados al milímetro invitan a pensar en una zona superpoblada, masificada hasta los topes, pero el ambiente es muy distinto, sosegado, discreto, de añeja complicidad vecinal. La mayoría de los inquilinos de los bancos son vecinos ya entrados en años: ellas lucen en su mayoría las bolsas de la compra, ellos las gorras y los bastones que a menudo emplean para conferir más vehemencia a sus argumentos. Pero las conversaciones, ya versen sobre política municipal, deportes o los más dispares asuntos familiares, transcurren con placidez socrática. Cuando comiencen las clases en el colegio Salvador Rueda, ahora cerrado (por tan poco tiempo, en realidad), la refriega será previsiblemente otra, más sonora. Pero, por ahora, son los pioneros los que marcan las directrices. Las tiendas son en su mayoría tradicionales, ultramarinos y droguerías cuyos escaparates parecen llevar décadas congelados y en los que sin embargo puede encontrarse casi cualquier cosa. Se intuye una movilidad más bien reducida: si tantos coches hay aparcados, apenas un par de ellos pueden contarse en movimiento. La línea 1 es la conexión vital de buena parte de los vecinos con el centro, pero para muchos, especialmente para los mayores, salir del enclave a pie constituye una tarea ardua dadas las cuestas, cuyas pendientes se hacen más agresivas conforme se avanza hacia el monte. Los habitantes, al igual que los de otros barrios del distrito, descienden de los antiguos pobladores procedentes del interior que se instalaron en esta ladera ya desde el siglo XIX, conformando un ecosistema integrado morfológicamente en la capital pero lo suficientemente apartado como para garantizar el mantenimiento de sus señas de identidad. Sorprende el modo en que, en una misma calle, los bloques de viviendas compiten con el monte cercenado, casi acera con acera, como un combate de criaturas antediluvianas para delicia de la absorta serie B cinematográfica. Eso sí, no todo en el Parque del Sur son altas torres de pisos: éstas conviven a menudo con viviendas unifamiliares en las que a veces se intuye el cortijo que fueron y en cuyos muros conviven la cal y el azulejo con natural alivio. 

El recorrido circular desciende de vuelta por la avenida de Cibeles, en la que se sortean edificios más modernos con bastantes menos tiendas y bares, lo que afecta sin remedio al ambiente vecinal hasta situarlo en nivel muy inferior. Antes, en la confluencia de ambas calles, allí donde el barrio obtiene su cima decisiva contra el monte, luce uno de los arcos más hermosos y mejor conservados del Acueducto de San Telmo, estandarte de la ingeniería civil española del siglo XVIII, ahora reducido a escasas secciones que de vez en cuando asoman entre la floresta dadas las insuficientes protecciones administrativas. En su silencio de templo azteca hallado en el corazón de la selva, la construcción conserva su testimonio ilustrado de ciudad en ciernes, de urbe dispuesta a imponerse al medio para garantizar su avituallamiento. Surcada ya la avenida en gran parte, de nuevo son los ancianos y jubilados los que dominan las aceras. Paradojas del tiempo y la economía: los hijos de estos vecinos salieron del barrio en su mayoría para instalarse en áreas más pujantes, pero, a raíz de la crisis, no pocos matrimonios jóvenes se han instalado aquí en los últimos años, dadas las facilidades para hacerse con un piso más asequible. El porvenir, ya se sabe, no siempre corre en la dirección prevista.

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