domingo, 25 de septiembre de 2011

´Sería estupendo rehabilitar las barriadas de la Carretera de Cádiz» (La Opinión)


Francisco Javier Boned es el coordinador del área de Composición Arquitectónica de la joven Escuela de Arquitectura

 03:22  




El profesor de la Escuela de Arquitectura apunta que la rehabilitación es uno de los principales retos de la ciudad para el futuro, en especial de las grandes barriadas.
El profesor de la Escuela de Arquitectura apunta que la rehabilitación es uno de los principales retos de la ciudad para el futuro, en especial de las grandes barriadas. Arciniega

Hace siete años entró como uno de los pocos doctorados de este centro. También es el autor del libro Málaga: el oficio de la arquitectura moderna (1968-2010), donde recoge entrevistas a 16 de los arquitectos que han configurado la provincia, aportando luz a la evolución urbanística de la costa y la ciudad, además de plantear retos para el futuro.

MIGUEL FERRARY Francisco Javier Boned ha estudiado con detalle la evolución de la arquitectura en Málaga en los últimos 100 años, lo que le ha permitido detectar una importante carencia de tradición de edificios modernos que se traslada a las polémicas que habitualmente condicionan la vida de la ciudad. Boned reconoce que todavía falta para que la ciudad desarrolle un sentido crítico que le permita aceptar la modernidad arquitectónica y lamentó la falta de valentía a la hora de acometer proyectos que se quedan a la mitad, ofreciendo soluciones de compromiso que no contentan a nadie.

Tras unos años en los que la construcción y los grandes proyectos han marcado el día a día, ¿qué perspectivas hay para los próximos años?
En los últimos 30 años se ha hecho mucho. El cambio es espectacular, hay equipamientos, viviendas, salas de exposiciones y de conciertos... el problema es que ahora estamos en crisis y los grandes proyectos no son planteables ahora. Hay que optar por pequeñas intervenciones, que sean sostenibles y quitando la grandilocuencia a los proyectos.

¿Se acabaron los proyectos icónicos?
No tanto por ser icónicos, como por lo que cuesta.

Sin embargo, parece que cada ciudad quiere su Guggenheim, ese gran proyecto capaz de regenerar una ciudad. La experiencia de Bilbao, ¿fue única o se puede transplantar?
Hay que desmitificar el hecho de que un edificio consiga que una ciudad se convierta en otra cosa. Es imposible. Bilbao, antes del Guggenheim, era una gran ciudad, más o menos sucia, pero con muy buena arquitectura y edificios espectaculares. Además se estaban acometiendo grandes operaciones, como la reforma de la ría, con el Palacio Euskalduna, teatros y el saneamiento de todo aquello. El Guggenheim puso la guinda, pero en una tarta que ya existía. Pasó igual en Valencia y Barcelona, donde pones la guinda a unas actuaciones que se han desarrollado desde hace tiempo. Si no hay tejido cultural y arquitectura previa de calidad, no hay magia en un edificio. Veremos cómo sale la operación proyectada en Santiago de Compostela, que es más megalómana. Sin embargo, estas grandes actuaciones ya se han quedado obsoletas. Ahora se van a buscar temas más de habitabilidad, sostenibilidad y equilibrio porque no hay dinero.

¿Carece Málaga de esos edificios icónicos que se convierten en referencia?
Tenemos un edificio muy icónico como es el Palacio de Ferias, que es un éxito absoluto porque ha puesto a Málaga en el mapa del sector de congresos. Ha generado una actividad tremenda y a los malagueños, siendo arquitectura moderna, les gusta bastante. Tenemos actuaciones menos icónicas pero de gran trascendencia, como la nueva sede de la Diputación Provincial, de Luis Machuca; la Ciudad de la Justicia, de José Seguí; o los nuevos edificios de la Universidad, que son muy potentes y sugerentes. Ese debate de la iconicidad no está claro, en realidad lo que hay que hablar es del contenido, porque cada arquitecto tendrá su lenguaje.

En Málaga se ha buscado ese edificio con marca, con apellido, con el hotel diseñado por Moneo y que ha abierto una fuerte polémica por estar dentro del Centro. ¿Cómo lo valora?
El hotel de Moneo es un proyecto fantástico, que busca cierta concordia en un frente al río muy heterogéneo. Tampoco creo que altere el aspecto patrimonial, porque la arquitectura que hay allí no es muy importante. Hay que darle tiempo, como ocurrió con la iglesia de Stella Maris, que querían alicatar y ahora está en las guías de arquitectura de todo el mundo.

Es habitual encontrar cierta resistencia en Málaga a los edificios modernos, que no suelen gustar desde el principio.
En la arquitectura se mezclan a menudos conceptos que no tienen nada que ver. Además, es la disciplina que necesita más tiempo hasta que es comprendida. Nunca va a existir el máximo consenso. La buena arquitectura no es fruto de un consenso, sino de un buen arquitecto y un buen encargante, que sepa dar la dimensión adecuada. Eso es fundamental, porque a veces la administración no sabe lo que quiere. Eso es lo que hay que afinar ahora, que no hay dinero. Además tenemos que fomentar un sentido crítico, porque desconocemos mucho de la arquitectura moderna.

¿A qué cree que se debe esa tradicional desconfianza hacia la arquitectura moderna de la ciudad?
En España en general y en Málaga en particular ha faltado una clase cultural que fomente la arquitectura. Me refiero a la burguesía, que se hundió a principios del siglo XX e impidió una demanda de arquitectura moderna. No es un problema de cerrazón, es que no ha habido muestrario suficiente y la gente no está acostumbrada. Así, cualquier objeto que se salte los códigos conocidos, crea cierto rechazo. Eso pasa cuando no hay una arquitectura moderna con continuidad. El agravante en Málaga es que ese salto se dio con el turismo, con trabajos muy buenos, pero más agresivos porque no hubo una evolución previa. Ahora llega una crisis que vuelve a frenar la evolución. Creo que hemos asistido a los últimos grandes edificios, en tamaño, concepto y complejidad. Habrá que ver la contemporaneidad en proyectos pequeños, que no se encuentran en un sitio reunidos. Hay algunos, pero están ocultos, como la sede del OMAU, que es un edificio magnífico, pero que pocos conocen.

Esos grandes proyectos eran también un reflejo de una época en la que parecía que el crecimiento económico era eterno.
Eso también ha provocado un cierto cansancio de las formas. Hay ciclos. Estábamos viviendo una época barroca y manierista, incluso rococó en ocasiones, y ahora volveremos a una época neoclásica, en la que importa el bien social frente al alarde formal y espacial, que es el que propicia un salto cualitativo en la arquitectura, pero que cuesta dinero. En Occidente, esto es una recesión en ese sentido y España no va a ser menos.

Esa vuelta a proyectos pequeños y sostenibles que anuncia, ¿pone en duda el futuro de los edificios en altura como los propuestos en Málaga?
La altura es otro debate tremendo, que parece que es el mal de los males. ¿Es más sostenible la horizontalidad? Parece que sí, pero se siguen haciendo rascacielos en todo el mundo y muy bien hechos. Parece que la horizontalidad favorece la construcción sostenible, pero consume más suelo. El problema es que es un debate ideológico, en el que la altura es mala para la ideología progresista y buena para la derecha. Esta tontería no lo es tanto porque la gente actúa por clichés. Torres en Málaga, ¿sí o no? Pues ni una cosa ni otra, si son buenos edificios, que funcionan, tienen uso, son rentables y con vida, la altura no es mala.

Quizá son ideas rompedoras para Málaga, donde nunca se han acometido proyectos similares en altura.
Ese es el problema de Málaga, que se queda a medias. La prueba es el paseo marítimo de Poniente. Si en lugar de esos ocho edificios que son cubos se hubieran hecho tres torres, tendríamos más espacio para el paseo. Pero nos quedamos con esa especie de sólidos que son vergonzosos, que están en el límite de lo que la gente está dispuesta a permitir. A nadie se le ha ocurrido hacer como en Barcelona, que ha hecho tres torres buenas. Sin miedo. Si no, no habría evolución. Son debates trasnochados, el skyline no es patrimonio de nadie. La ciudad moderna construye sus torres en sitios adecuados y no pasa nada. El reto de la altura es cultural desde siempre, la Torre Eiffel la querían tirar y ahora es el edificio más visitado del mundo. Hay que pensar que un rascacielos con el vestíbulo y el ático público también da un servicio a la ciudad. Creo que si se hacen bien y en su sitio, no hay problemas.

La aprobación del PGOU abre la puerta a una serie de propuestas que buscan, sobre todo, la regeneración de zonas urbanas. ¿Es quizá ese el camino para el futuro?
Es una mala época para grandes operaciones por un problema económico. Ahora hay que trabajar la pequeña escala, en todos los sentidos. Es un buen momento para resolver las carencias de la ciudad, como más parques o el cauce del Guadalhorce. En cuanto a arquitectura, hay que bajar la escala y plantear cosas que quedan por hacer, como los Baños del Carmen y proyectos que están sempiternamente pendientes. Arquitectónicamente creo que hacen falta muchas intervenciones pequeñas y con un criterio sostenible. Otro tema candente es la rehabilitación, donde hay mucho por hacer y no sólo en edificios con más de un siglo, sino de hace 50 años. Por ejemplo, sería estupendo rehabilitar las barriadas de la Carretera de Cádiz. De hecho, va a importar más que mi casa no pierda calorías y que funcione bien a que sea bonita.

¿Cómo ve el debate sobre el Guadalmedina?
El río es un debate muy antiguo en Málaga. En realidad es un problema hidráulico que está desde siempre y que no conviene acometerlo con ansiedad. Desde el punto de vista ciudadano, es un problema de los bordes, de transversalidad y comunicación, más que del río en sí. El cauce estaba precioso el año pasado cuando traía agua, a mí me sorprendió, el problema es que los bordes están mal terminados, como la fracasada operación donde está el hotel NH. Es más importante acometer pequeñas actuaciones urbanas que den calidad que un embovedamiento que es faraónico, con la que está cayendo.

El embovedamiento no es la salida entonces.
Los vecinos de Reggio Calabria, cuando Berlusconi estaba empeñado en unir un puente con Sicilia, ellos decían: ¿Unir qué? ¿Dos porquerías? ¿Qué va a solucionar? No se ha hecho esa reflexión. ¿Vamos a arreglar la Palmilla a su paso por el río o el río a su paso por la Palmilla? Tendremos un buen río si todo el entorno tiene calidad. Da miedo pasar por el borde del río en determinadas zonas. Vamos a actuar allí. Hagamos una vía verde, mínima. Primero mejoremos el concepto urbano y no grandes discursos.

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