domingo, 27 de noviembre de 2011

Paisaje para la resistencia (Málaga Hoy)


La ciudad tiene en este barrio atípico y residencial una de sus fronteras definitivas, donde lo urbano y lo medioambiental se alían en una simbiosis desequilibrada y en la que cualquier atisbo de vecindad y entendimiento pertenece al ámbito del milagro
PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 27.11.2011 - 01:00
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En la página anterior, viviendas unifamiliares características en la cuesta de El Morlaco. En esta página, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, panorámica del área del Paseo Marítimo en la que en su día se expuso el antiguo tranvía, letrero en la piedra con perro y algunas pintadas y dos ejemplos de urbanización en el espacio natural.
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La protagonista de la última novela de Haruki Murakami, 1Q84, accede a otro mundo sólo con bajar de un taxi en plena autovía. Si alguien decidiera hacer lo mismo en la malagueña avenida Joaquín Sorolla y enfilar por el Camino de la Desviación, frente al Paseo Marítimo, afrontaría una experiencia muy parecida. Lo recomendable, ciertamente, es pasear por El Morlaco a pie, aunque hay que tener presentes dos cuestiones fundamentales: la primera es que las cuestas son propias del paisaje, esto es, una carretera ganada al monte; la segunda es que las aceras se reducen por lo general a la mínima expresión y a menudo no existen, así que toca hacer equilibrios al borde del sendero bajo los pinos. En este enclave no hay nada parecido a un espacio común: no existen calles, plazas ni recodos propiamente urbanos. Todo son viviendas encajadasen un apartado natural de las que sus propietarios salen y entran en sus automóviles, sin muchas más posibilidades excepto la del footing. En esta tarde nubosa que parece querer besar la lluvia, los únicos vecinos que salen al encuentro llevan sus correspondientes atuendos deportivos, aderezados con elementos como felpas en el pelo o los inseparables ipods, para bajar al Paseo Marítimo a ritmo marcial y disfrutar del más relajante antiestrés que ha parido la cultura contemporánea. Otros, pocos, pasean a sus perros en las extensiones de eucaliptos y más pinos. Málaga es aquí una anomalía. Ni siquiera es propiamente una ciudad, más bien un capricho ganado al hábitat natural de camaleones y mirlos. Pero no es sólo la abrumadora presencia de la naturaleza la que hace de El Morlaco un barrio atípico; es más bien el silencio que lo embriaga todo, la imposibilidad de establecer contacto con algún ser humano lo que lo convierte en un Tíbet resistente dentro de una China bulliciosa y desdibujada. Muy cerca, en el anexo Cerrado de Calderón, a cuyos supermercados acuden estos pioneros solitarios, la filosofía urbana y vital es parecida, pero al menos existen una articulación racional del espacio y unos servicios. Aquí, cualquier elemento que pueda inspirar convivencia es pura anécdota. Pero, claro, la posibilidad de entrar en tu garaje como si no hubiera nadie más en el mundo resulta atractiva, o al menos lo resultó en su momento, a la población que reside aquí, en su mayoría profesionales de alto standing, liberales reconocidos y funcionarios de los más altos escalafones que decidieron escapar de cualquier atisbo de bulla para dejarse inundar por las noches de grillos y crujir de ramas. Una mujer delgada que viste ropa deportiva de Adidas de gama avanzada y lleva el pelo largo recogido en una cola con escasa fortuna detiene un instante su trotar eufórico, desplaza el auricular de su oído izquierdo y planta su mensaje: "Sí, aquí se vive bien pero el Ayuntamiento no nos tiene muy en cuenta. No hay muchos servicios. Hay días en que ni siquiera vienen a recoger la basura". E ipso facto, sin esperar una réplica, continúa a paso ligero hacia la costa. En varias fachadas hay pintadas desagradables. Hasta aquí llegan a campar los bárbaros cuando se lo proponen. 

En realidad, El Morlaco presenta dos secciones bien definidas. Una es el monte, el eco urbanístico robado al paisaje con más tropelías de las debidas, junto a las dieciséis hectáreas del parque natural que da su nombre al barrio y en el que aún pueden encontrarse especies animales y vegetales en peligro de extinción. El Observatorio del Medio Ambiente Urbano (OMAU) es uno de los estandartes de esta zona, por mucho que en realidad parezca a simple vista un edificio de arquitectura visionario aunque en triste desuso. La otra sección es la del Paseo Marítimo, el destino natural de los footinguistas que han bajado la cuesta y luego tendrán que volver a subirla. Justo aquí estuvo en su día el viejo tranvía recientemente restaurado, en cuyo interior jugaron niños de las más diversas edades mientras estuvo expuesto al aire libre y que fue retirado por su evidente degradación. El proyecto de la construcción de un puerto deportivo justo en esta área, para el que se barajaron un presupuesto de 30 millones de euros y una capacidad de más de 500 puntos de atraque, se encuentra ahora en el aire, si bien la Junta de Andalucía prometió recuperarlo hace unos meses. Resulta curioso el hecho de que, a pesar de la evidente diferencia en cuanto a fisonomía respecto a la zona del monte, esta parte del Paseo Marítimo respira la misma indiferencia, el silencio discreto por no decirse vergonzoso. Los viandantes son los mismos, quizá además una pareja que pasea agarrada del brazo, un tipo que camina a velocidad sospechosa debajo de una gorra de béisbol demasiado grande para su cabeza, otros transeúntes que se hacen los despistados. Mónadas incomunicadas que habitan tiempos, espacios y hasta ciudades distintas. 

Es posible que, en el fondo, El Morlaco no exista. El mismo término morlaco hace referencia a dos significados de claras connotaciones mitológicas: el primero, toro de lidia, estandarte mediterráneo donde los haya y símbolo de la desaparición prometida; el segundo, habitante de Morlaquia, una antigua región de los Balcanes occidentales, poblada en su mayor parte por pastores que emigraban constantemente en busca de mejores pastos para sus ovejas. Aunque Morlaquia se dio definitivamente por extinta en el siglo XIX, todavía en 1991 el censo croata incluyó a 22 ciudadanos que se reconocían morlacos. La paradoja se extiende: los vecinos de El Morlaco malagueño parecen coincidir bastante con aquellos morlacos medievales, apenas una veintena de pastores que buscaron los mejores pastos en la frondosidad y que hoy acuden diariamente a la orilla del mar para sofocar el espíritu. De cualquier forma, El Morlaco fue una vez únicamente campo, hierba, brizna y bosque. Y hoy Málaga olvida cuanto resiste en sus dominios.

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