domingo, 11 de diciembre de 2011

El decorado del mar (Málaga Hoy)

abría que caminar con los ojos vendados por la Avenida de Príes y el Paseo de Sancha, en la sección donde ambas vías confluyen como una sola que inexplicablemente goza de varios nombres, para no reparar en las mansiones, sus zócalos, sus arabescos, sus balcones de fantasía, sus azulejos evocadores del Oriente fabuloso, el rococó de sus fachadas y tejados, los maravillosos sectantes de sus buhardillas, o lo que se puede ver, a veces poco, a veces nada, más de allá de las vallas, los muros y las cámaras de seguridad. Si Stalin decidió respetar las grandes catedrales moscovitas y sus tesoros bizantinos para emplearlas a la manera de museos en los que exhibir las fantasías febriles de la vieja nobleza zarista, lo que acontece en La Caleta obedece a motivaciones parecidas, tal vez un sueño que vivió esta santa ciudad, un trance embriagado de filigrana y pedigrí en el que, milagro, el modernismo se hacía arquitectura, y con él la evocación de alfombras voladoras, paraísos de ensueño y aromas fértiles mezclados en las olas. La Málaga burguesa del siglo XIX y principios del XX, la que aspiró a dejar en la estacada a Bilbao y Barcelona, la que regaló al mundo el jardín de La Concepción, la que añadió a sus apellidos impronunciables cacofonías británicas y alemanas, la que creyó que aquella prosperidad que la industria metalúrgica y la caña de azúcar hicieron posible duraría para siempre, tiene en este barrio, si es que puede considerarse como tal, su expresión más rotunda. Ni siquiera los edificios levantados en los 70 y 80 al más puro estilo dabadabadá de vacación continua y jardín comunitario hacen sombra a las insignes obras de Guerrero Strachan, García Mercadal y José María de Sancha, con sus cúpulas faraónicas, sus accesos marmóreos y a la vez tan insobornablemente ligeros (entre sus fuentes se cumplen las palabras de María Zambrano: "El mármol fue aire alguna vez"), sus ribetes de inspiración grecolatina, sus puertas en las que ángeles y demonios invitan al recién llegado a entrar o a largarse de inmediato. Todo ello sigue en pie. ¿Qué significa un edificio como el Palacio Miramar, obra de Guerrero Strachan, inaugurado como hotel en 1926 por Alfonso XIII, más allá de su identificación como eterno juzgado por la imaginería malagueña? ¿Y el antiguo Hotel Caleta Palace, inaugurado en 1943, posterior Hospital 18 de julio y actualmente sede de la Subdelegación del Gobierno? ¿Qué Málaga se deduce de las Casas de Cantó, capricho burgués donde los haya? ¿Y el Palacio de la Tinta, ya en Reding, donde la prehistórica fuente parece llamar aún la atención de pintores costumbristas al lado del Cementerio inglés? La respuesta no puede ser otra que una oportunidad perdida. O, quizá, algo de lo que la ciudad se salvó por los pelos. La Caleta no es un túnel del tiempo, sino un anacronismo silencioso, apto para la residencia hospitalaria que lo corona en el Parque San Antonio. Y sin embargo, a pesar de todo lo rancio de sus portales, esconde un ambiente indescriptiblemente hermoso, inspirador, embaucador y báquico, un Xanadú que dispara a matar, con enredaderas que hablan de otros climas, flores que declaman otros trópicos y adornos que revelan otras latitudes. Exacto, Málaga es en La Caleta otra ciudad, extraña y distante, pero a la vez seductora y galante, que despierta en el paseante las más vanas ilusiones y las más deliciosas ínfulas. He aquí su cuota de contraste y paradoja, imprescindible en todo barrio que se precie de ser malagueño. 

La Caleta es el tramo urbano que se extiende entre la Avenida de Príes, el Paseo de Sancha y parte de la Avenida Joaquín Sorolla y el Paseo Marítimo Pablo Ruiz Picasso, surcado por calles como Gutenberg, Rafael Pérez Estrada (posiblemente el recodo más hermoso y reconciliador de toda esta extensión, con un hermoso árbol en su corazón) y Canaán. Lo más destacable del barrio son sus mansiones decimonónicas, aunque sus edificios más notables, entre los que destacan los anteriormente citados, fueron construidos en la primera mitad del siglo XX. Lo cierto es que no sólo la arquitectura responde al gusto de los insignes empresarios de origen inglés y alemán, ya que también el entramado urbano se hizo a su medida. Los accesos a la Cañada de los Ingleses y a otros recovecos presentan cuestas y tramos que recuerdan vivamente a las más populares estampas lisboetas, también diseñadas en su día según el más exquisito estilo británico. Las viviendas unifamiliares (en su origen, muchas de ellas fueron hoteles de lujo; actualmente La Caleta cuenta con varios hoteles entre Príes y Sancha, más modestos y accesibles aunque no mucho menos coquetos) se disponen en las aceras con bloques de apartamentos construidos también en su día para las clases más pudientes de la ciudad. El conjunto, sin embargo, es equilibrado, plácido y distinguido. Algunas fachadas, como la de la popular casaLa Bougainvillea, en el pasaje Monte de Sancha, presenta signos visibles de decadencia y reclama a gritos una reforma. Pero, por lo general, La Caleta responde a las expectativas que logra suscitar en quienes se adentran en sus calles. 

Entre los transeúntes destacan sobre todo los caminantes solitarios, en un marco de edad bastante amplio (desde adolescentes que se hacen los despistados con sus ipods a todo tren hasta jubilados pintiparados que no salen precisamente a jugar al dominó) pero de uniformes connotaciones sociales. Muchos vecinos pasean a diario por el Paseo Marítimo, a pie o en bicicleta. Es un barrio idóneo para la inspiración, y de hecho escritores fallecidos en los últimos años como el mismo Rafael Pérez Estrada y Juan Campos Reina vivían muy cerca. Miguel Romero Esteo es uno de los vecinos más insignes. Aunque la apariencia primera es de ciudad dormida y vivida exclusivamente de puertas adentro, los servicios son suficientes, los establecimientos de ocio y gastronomía son notables (el restaurante Malena sigue sirviendo las mejores carnes argentinas de la ciudad) y hay tiendas tan interesantes como Las Velas de La Ballena. Así que el decorado sobrevive para completar el mapa topofílico de Málaga. Aunque la vieja burguesía duerma ya el sueño de los justos.

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