domingo, 22 de febrero de 2009

Damián Quero. Lo que se hizo en la Costa en el franquismo era un juego de niños comparado con lo de estos años. Málaga (MALAGA HOY)

Enamorado de Málaga, a la que llegó en plena dictadura, subraya la necesidad de que la economía provincial vire su rumbo hacia los servicios vinculados al turismo.

Damián Quero, cordobés de nacimiento, vecino de Madrid y casi malagueño de adopción, a la que llegó en plena dictadura de Franco. Hora y media de conversación telefónica permite repasar en detalle didáctico la trayectoria de un profesional y enamorado del urbanismo, padre de los planes urbanísticos de la capital en su etapa democrática. Desde su despacho, próximo a la Gran Vía, remarca la necesidad necesidad de cambiar el rumbo de la economía y destaca "el drama" que para la provincia supone depender en exclusiva del ladrillo como eje de movimiento.

-A usted lo de malagueño de adopción le viene al pelo, al menos en el ámbito profesional.
-Diría que sí. Recuerdo que cuando llegué a Málaga lo hice en principio sólo para dos años y al final me quedé diez. Málaga es una ciudad que engancha.

-¿Qué recuerdos tiene de su primer contacto con la ciudad?
-Era una época en la que España estaba en plena dictadura, que era muy siniestra y ni que decir tiene en Madrid, con los grises por las calles. Sin embargo, Málaga daba ganas de respirar. No hablo del tópico del sol y del clima, sino de que transmitía una cierta alegría, en el sentido de vitalismo. Eso era lo que representaba esta ciudad en aquellos años y creo que sigue haciéndolo en estos momentos.

-Pero la Málaga urbanística con la que usted se topa tiene más sombras que claros.
-Ambientalmente la ciudad era bastante miserable, lo que hoy se llama cutre. La forma de crecimiento en los años 60 fue deplorable. El peor urbanismo de Málaga se fraguó en aquellos años. Pero lo peor desde el punto de vista cultural era la corrupción. No sé por qué arte de magia un grupo de personas logramos entrar en la junta de gobierno del Colegio de Arquitectos de Málaga, caso de Salvador Moreno Peralta, José Seguí, Alfonso Egea y recuerdo cómo en muchas ocasiones nos jugamos el bigote en aquellos años. La corrupción era la peor cara de la dictadura. Todo era muy siniestro, daba incluso una sensación permanente de miedo. Es como si te vas a vivir al imperio de la camorra, aunque todo era más inocente.

-¿Llegó a recibir presiones al frente del colegio?
-Ya lo creo. Recuerdo que hubo más de una ocasión en la que nos libramos de ir a la cárcel porque ya en aquella época no era fácil tocar a una junta de gobierno del Colegio de Arquitectos.

-Una de las atrocidades que tuvo lugar en los 60 fue el barrio de Carretera de Cádiz. Desde hace meses se habla de la posibilidad de reurbanizarlo y peatonalizarlo. ¿Se lo imagina sin coches?
-Ya en el nuevo plan general hemos entrado a trabajar en la mejora del barrio, pero con acupuntura, porque no se puede actuar con goma 2. En el trasfondo está la discusión sobre el tráfico. No se puede hacer peatonal una arteria de ese orden por mucho que en otras circunstancias debiera serlo. Carretera de Cádiz carga miles de viviendas sobre este eje de movilidad. En una situación utópica, en la que todos los residentes se moviesen en Metro, tranvía o autobús quizá se podría plantear, pero pasarán muchos años antes de que el automóvil sea un elemento complementario o subsidiario. Suprimir el tráfico supondría desactivar esa zona.

-Su mano está detrás de todos los planes generales de ordenación urbanística de la ciudad. Es usted un fiel testigo de la evolución de Málaga.
-Describen mucho lo que ha pasado desde la dictadura hasta ahora. Fueron las asociaciones de vecinos las que plantearon hacer el primer plan. Lo que querían era un documento de redención. Estamos en la época del barro en las barriadas, donde no había equipamientos, ni asfalto... Se trataba de mejorar lo que se pudiera y el adónde queremos que vaya la ciudad tenía un plano muy secundario. La situación era tan perentoria que la idea era arreglar las escuelas, crear un cachito de verde para que fuesen los niños por la tarde. Era una cuestión de supervivencia. En el plan de mediados de los 90 ya empezamos a plantearnos otras cosas. Esa fue la primera ocasión en la que se propone una estación de trenes moderna. En el de ahora es en el que nos hacemos la pregunta de adónde queremos que vaya la ciudad.

-¿Y adónde va?
-Es una discusión bonita más complicada de exponer ahora que hace unos años. Lo que hicimos en el PGOU era concebir una serie de oportunidades económicas bajo la hipótesis de que el actual modelo de desarrollo de Málaga y la Costa del Sol, el inmobiliario, es una rémora, el punto negro más difícil para la transformación económica de la provincia. Se trata de un sector muy endogámico y cuando acumula necesita más suelo para llenarlo de hormigón y seguir. Es muy difícil diversificar una economía basada en el inmobiliario. Ese es el drama de Málaga y la provincia.

-¿Hay opciones de rectificar?
-Es pecado mortal no aprovechar la oportunidad que supone la economía turística. La posibilidad de desarrollar un buen sector servicios en esta zona no se puede desperdiciar y se ha venido haciendo. Es curioso ver cómo hay un alto porcentaje de servicios al turismo en manos de extranjeros, porque parece que los españoles están encantados haciendo circulitos para comprar suelo, construir, vender... ¿Para qué se van a dedicar a poner un hospital o una zona de ocio? Esa es la rémora de la economía local.

-Usted, en el marco del nuevo planeamiento de la capital, apunta algunas alternativas.
-Nosotros hablamos de la redención de los polígonos industriales, de implantar otra cara del espacio de producción, de crear oportunidades como en la zona de La Térmica, Martiricos o el entorno del aeropuerto. Pero todo ello con un escepticismo de contorno, porque incluso se decía que si los negocios se hacían en la cafetería Cosmopolita o en Lepanto no hacían falta edificios de oficinas.

-¿Por dónde cree que pasa el futuro de la economía de Málaga?
-Para mí está vinculado a la diversificación a partir de la economía turística. Pero eso hay que hacerlo con cuidado, porque las empresas inmobiliarias difícilmente saben hacer otra cosa. Tenemos el caso de las firmas que están cerrando ahora, que despiden a la gente, hacen suspensión de pagos, van al juez, lloran, pero no se diversifican. Mientras en países de Suramérica buscan alternativas, aquí se apalancan y optan por esperar a que pase el chaparrón. El problema es que en los años de la acumulación de la felicidad nadie se ha ocupado de eso y ahora es difícil.

-El turismo como salida...
-En una provincia como Málaga la demanda turística tiene que reponerse. El fundamento que tiene que los prejubilados y jubilados del norte de Europa, que viven la mayor parte del año a 20 grados bajo cero, quieran estar en las costas de España es de una fuerza muy potente, más que el mercado del automóvil. Lo que es intolerable es el destrozo ambiental y paisajístico que esto ha dado lugar.

-Las imágenes de ocupación son espectaculares.
-Yo llegué a escribir en una ocasión que lo que lo que se hizo durante la dictadura en la Costa era juego de niños inocente en comparación con lo que ha habido recientemente. No hay más que comparar las fotos aéreas de aquellos años y ver los mapas de Google para comprobar el horror que es el litoral. Ni siquiera en la antigua Unión Soviética, en los años de más bestialidad contra el medio ambiente, llegaron a hacer destrozos como los que se ven aquí. En esto ha habido mucha torpeza técnica y una ínfima calidad del planeamiento. En estos años se ha sustituido el control de la calidad sobre lo que se hace por controles jurídicos para evitar la corrupción. No es que se haga mucho o poco, sino que se haga bien.

-¿Es pues el momento de impulsar reformas importantes?
-El que no se hayan hecho cuando se podía demuestra que ha fallado el sector público y el privado. Debe ser una política de reconversión paulatina. Pasar de la economía turística de carácter inmobiliario a la economía turística de servicios tiene que ser impulsada, ayudada. Esto de decir que el Estado debe intervenir era anatema hace unos años pero han tenido que pasar muchas cosas, no sólo que llegase Obama, para que se vea que si el sector público no lidera, el cambio no sucede. No obstante, transformar de la noche a la mañana esta actuación, por mucho que se haya parado, no es lógico. Hay que dar una continuidad contenida a la actividad inmobiliaria; lo contrario sería suicida. Pero será pecado mortal no ir poco a poco girando el timón de este modelo económico, que es como un transatlántico.

-Usted dijo en junio de 2004, en una entrevista a este periódico, que no veía correcto que los ayuntamientos firmasen convenios con los promotores, que le parecía como un impuesto revolucionario. ¿Sigue pensándolo?
-El problema radica en la situación que tienen los ayuntamientos en el actual contexto del Estado. Son los principales perjudicados. ¿Qué han encontrado como única vía de redención? Los convenios, participar en el sector inmobiliario. No han tenido otra posibilidad. Me parece mal porque el convenio en el fondo es una participación de los ayuntamientos en unos procesos empresariales. No me parece correcto como forma de financiación de los ayuntamientos, pero sí para controlar la calidad de los proyectos. Lo que discuto es que los ayuntamientos tengan que recurrir al convenio porque si no entran en quiebra financiera.

-En los últimos años arquitectos, como Chiperfield, Moneo, Ferrater, aparecen relacionados con proyectos en la provincia. ¿Los grandes apellidos mejoran las obras o sólo se tiende a buscar una marca de calidad?
-Generalmente lo que se viene haciendo en el mundo es buscar la marca, el estrellato. Con ello se ha logrado la legitimación de ciertos proyectos que si no serían discutibles. Pero disponer de grandes firmas es necesario, porque son buenos arquitectos y el buen arquitecto lo hace bien.

-A Málaga se puede llegar ya en AVE, se amplía el aeropuerto, se construye el Metro... ¿Esos elementos van a hacer de Málaga una ciudad moderna?
-Málaga sociológicamente es una ciudad muy moderna, tiene muchos visos desde que las burguesías comerciales llegaron. Por eso, si está este impulso, si se dan oportunidades, tiene que tirar adelante.

-¿La mentalidad de los malagueños está en esa línea?
-Hay un criterio medio sociopsicológico que se usa mucho en Málaga. Hay un peligro en Málaga: las cosas más sublimes las deja a su inercia y acaban siendo cutres. Salvador Moreno Peralta eso lo explica muy bien. Es como que se desinfla la gran idea y su ejecución acaba siendo mediocre. La ciudad tiene capacidad de iniciativa, de pensar cosas, pero no se es constante.

-Usted nació en Córdoba. ¿Con quién va en lo que a la capitalidad cultural?
-Málaga por su puesto tiene capacidad para ello. Córdoba da una imagen más tradicional, no se ha modernizado ni sociológica ni urbanísticamente. Puede ofrecer un valor de encanto tradicional, pero Málaga ofrece un dinamismo de otro tipo, más abierto al mundo. Recuerdo que en mi infancia Córdoba era el pueblo y Málaga era como ir a la ciudad. Me siento más identificado con el empuje de Málaga para saber aprovechar sus oportunidades.

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