La responsable del patrimonio artístico municipal Fanny de Carranza acaba de publicar un completo libro sobre la Alcazaba.
ALFONSO VÁZQUEZ. MÁLAGA Hay serias dudas de que los gobernadores, reyes y alcaides que a lo largo de los siglos ha tenido la Alcazaba conocieran este palacio fortaleza tan a fondo como la arqueóloga Fanny de Carranza. Tan sólo don Juan Temboury, el salvador de este monumento, y el historiador Leopoldo Torres Balbás, tendrían un caudal de conocimientos parecido.
La responsable del Patrimonio Municipal lleva desde 1978 trabajando, literalmente, en la Alcazaba, pues su despacho se encuentra desde entonces en una de las torres del recinto. La pasada semana, el alcalde Francisco de la Torre presentó su libro Alcazaba de Málaga, editado por Esirtu, una obra en la que se repasa la historia de Málaga, con la Alcazaba como telón de fondo, y en una segunda parte se realiza una visita explicada al monumento. El libro cuenta además con un glosario. «Está escrito en plan coloquial, no es un libro científico sino más divulgativo, aunque incluye los últimos descubrimientos arqueológicos», cuenta la autora.
La visita expuesta en el libro es una oportunidad única para comprobar que, en general, los malagueños conocemos pocas cosas de la Alcazaba, un palacio fortaleza que todavía está repleto de sorpresas. Algunas de ellas, por cierto, no son visibles al público y pueden verse en este libro. En este reportaje también es posible visitar con la autora los rincones no abiertos, gracias a que controla las más de 130 llaves necesarias para moverse sin problemas por la Alcazaba.
Para empezar, su sistema defensivo es único, el mejor de las alcazabas de su época. «El de Almería tiene tres recintos, uno detrás de otro, la alcazaba de la Alhambra está al final, como la proa de un buque pero la de Málaga tiene tres recintos, uno dentro de otro», explica.
Esta disposición permite que los adarves, los caminos sobre las murallas por las que patrullaban los centinelas, permitan recorrer toda la Alcazaba por sus diferentes sistemas defensivos: las fortificaciones de ingreso, el recinto inferior y el superior, que ya rodea el palacio, accesible sólo por un estrecho adarve o una puerta doble.
En el espacio entre estos dos recintos defensivos, cerrado al público, se encuentra un camino con una preciosa pradera, llena de flores incluso en febrero. Aquí pueden verse las dos mazmorras para prisioneros, con forma de embudo invertido bajo tierra.
Por este recinto intermedio también se llega a la torre del Homenaje, que desde época árabe cuenta con una imponente puerta con arco tapiada: «El gobernante de la fortaleza tenía que tener una escapatoria sin atravesar la ciudad», señala la arqueóloga. Cuando en época nazarí las técnicas de artillería avanzan y se hace necesario construir un lugar más alto (Gibralfaro), al quedar cerrada esta parte de la Alcazaba la puerta perdió todo su sentido y fue macizada.
El interior de la Torre del Cristo es otro lugar no incluido en las visitas turísticas. La Puerta del Cristo era la entrada al barrio que fueron formando los malagueños tras el terremoto de 1680 y un feroz bombardeo francés, cuando el alcaide, a partir de 1700, decide abandonar la parte alta de la Alcazaba y trasladarse a una construcción en la parte baja que llegaría a tener cinco pisos. A partir de esa fecha, se fue poblando de viviendas.
Resulta difícil imaginar cómo era la fortaleza a comienzos del XVIII, con la imponente mansión del alcaide y los terrenos de la futura Aduana convertidos en huertas (el haza), como casi toda esa ladera de la fortaleza. La propia Torre del Cristo terminó siendo copada por vecinos, como puede verse en una foto del archivo Temboury.
El nombre de la Torre y la Puerta se debe a un Cristo que ocupaba una hornacina conocido como el Cristo de los tres huevos, por los tres huevos de avestruz que le acompañaban, símbolo de la creación. Estaba acompañada esta imagen por un retablo que hoy ha vuelto a su lugar de origen: Archidona.
Enfrente queda el recinto palaciego con recias murallas y debajo de la torre, el patio de armas, hoy un descanso de acequias y verdor para los cerca de 300.000 visitantes anuales de la Alcazaba. En los tiempos en los que todavía era un barrio de Málaga, el patio de armas llevó el nombre de la plaza de San Gabriel. Por un antiguo portillo, unido por escaleras de alguna edificación romana, el alcaide, que ya vivía en la parte baja, tenía acceso al patio de armas. Las escaleras y el hueco de acceso se conservan todavía. También pueden encontrarse en la Alcazaba dos silos (confundidos por muchos visitantes con las mazmorras), y restos de piletas romanas que entroncaban, ladera abajo, con las localizadas en el Rectorado.
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