domingo, 13 de marzo de 2011

La arteria y el caudal. (MALAGAHOY)

Entre la calle Hilera y el Arroyo de los Ángeles, la ciudad se prolonga en un largo compás donde puede comprobarse buena parte de su historia y en el que todas las Málagas posibles parecen citarse

PABLO BUJALANCE / MÁLAGA | ACTUALIZADO 13.03.2011 - 01:00
Es una mañana lluviosa y en este enclave de casa blancas, entre las calles Hilera y Eugenio Gross, a lo largo de la calle Santa Elena, se percibe un cierta noción de supervivencia, de ciudad intacta. Realmente, poco o nada ha cambiado en este núcleo en los últimos veinte años. Los gatos siguen campando a sus anchas entre los coches, las matas y plantas trepadoras siguen creciendo en las fachadas y las vecinas siguen acudiendo a misa cada domingo en la iglesia de la Amargura. Ahora, sin embargo, el tráfico se desplaza a paso de babosa a punto de dejar sus huevos, los charcos anidan en los límites de cualquier bordillo y sólo algunos peatones se dejan ver en las aceras, con sus paraguas e impermeables. Desde aquí hasta el Arroyo de los Ángeles se extiende una Málaga múltiple, diversa como los dones divinos, de muro encalado y de altura arquitectónica, de maceta en el balcón y de masificación eterna. En tiempo inmemorial, las calles Eugenio Gross y Blas de Lezo abrieron una vía decisiva en la ciudad para su articulación casi definitiva, para la conexión de dos zonas que hasta entonces parecían extremos de dos mundos contrapuestos. Hoy, este recorrido juega su papel de urbe dentro de la urbe, a modo de una arteria llena de tiendas, bares y sobre todo gente, construida hacia arriba pero también con discreción mediterránea, confidente del asfalto y de la teja. Completando este recorrido a pie, uno tiene la sensación de que asiste a todas las etapas que la ciudad ha recorrido en el último siglo, como en una especie de parque temático. Pero son las personas, de nuevo, las que configuran el espacio, no los ladrillos ni los coches.

Estrictamente, al hablar de Eugenio Gross no nos referimos a un barrio. Según la delimitación municipal oficial, esta zona pertenece al distrito Bailén-Miraflores y el nombre del barrio es el de Los Castillejos, pero la aclamación popular va desde luego por otro lado. En realidad, tampoco la calle presenta una estructura decisiva de barrio, salvo en algunas zonas, especialmente donde se encuentran las casas más antiguas. En los altos edificios, los vecinos, como es natural, se relacionan en el marco de sus bloques, o en el de sus plantas. Tras el cruce con Martínez Maldonado, Eugenio Gross ya es, por fin, una realidad. En esta dirección se puede ver a la izquierda el emblemático edificio de la Teléfonica, que fuera joya arquitectónica de Málaga y hoy testimonio en pie de los esfuerzos, a menudo titánicos, con los que se quiso implantar cierto paradigma moderno, más soñado que real. Justo al lado se extiende la promoción franquista de las antiguas viviendas de militares, con su coqueta disposición de patios. A partir de aquí, Eugenio Gross va a dar cuenta sin reparos de su propia esquizofrenia: en su acera más próxima a la Trinidad se sucederán bloques anodinos de viviendas en cuyos bajos pueden encontrarse talleres mecánicos, una de las pocas tiendas de la ciudad en las que puede comprarse una Harley Davidson, cafeterías habitualmente pobladas por hombres que discuten sobre fútbol, algunos comercios de moda y otros agentes clave para el abastecimiento de los vecinos. En la orilla más próxima a Gamarra, el barrio se reparte entre casas de fachadas blancas de coqueta mampostería, con plazas en cuyas tardes juegan niños a su aire y algunos jardines, y los altos edificios de la zona de Echevarría, más próxima ya a Nueva Málaga, con su monumental edificio de quince plantas como baluarte central y sus consabidos problemas de aparcamiento: hay coches estacionados encima de las aceras, en doble fila, en reservas para minusválidos, de cualquier manera. Con esta lluvia, la inclinación a dejar el automóvil en la puerta del objetivo sí o sí multiplica sus presupuestos. En realidad, tanto en un segmento como el otro se puede encontrar casi de todo: hay herboristerías, peluquerías, mercerías, boutiques en los que se pueden encontrar modelos propios de los primeros 80, mesones, bazares donde aún pueden encontrarse cassettes TDK de 90 minutos y otros servicios indispensables. En las casas blancas, las más antiguas, la lluvia revela imperfecciones en las fachadas, y no resulta difícil imaginar que se colará la humedad. Esta sensación se multiplica conforme subimos (la cuesta no parece muy acentuada, pero lo es de modo suficiente para desear un reposo, más por su longitud) el cruce con Martínez de la Rosa, mientras dejamos a la derecha algunas calles que conducen a la zona de Bailén: Cataluña, Andalucía y Rafaela. En este entramado, casi una judería espontánea, se asoman algunas pequeñas mansiones que revelan coquetos mimos que lindan con otras en ruinas. La limpieza deja aquí bastante que desear.

Más casas de este corte se siguen viendo en Eugenio Gross cuando al fin se conquista la cima y se alcanza el citado cruce. Hacia la Trinidad se adivinan el Archivo Histórico Provincial y el convento que será, si Dios no lo remedia, el Parque de los Cuentos. En dirección contraria, el Camino de Suárez. En este punto, esas casas presentan fachadas rosas y azules, con una cierta saudade portuguesa, y uno recuerda entonces que, antaño, Málaga fue una ciudad de colores. Un grupo de vecinas discute con visible sofoco algún asunto importante bajo los paraguas. Parece que discuten sobre política. También esta intersección se percibe un mestizaje mucho más evidente, con gentes de orígenes muy distintos, mediterráneos y atlánticos, que caminan casi siempre en solitario y sin paraguas, con las manos metidas en los bolsillos y algunas prisas. Huele a comida. Alguien tiene la sartén a tope muy cerca.

Blas de Lezo es, si se sigue la misma dirección, una suave pendiente cuesta abajo hasta el Hospital Materno Infantil. Hay algunos negocios de venerable veteranía, como el gimnasio, la legendaria ferretería de Antonio Banderas (no confundir con el actor), un blockbuster del Cretácico y una cafetería famosa en media Málaga por sus churros. Nada parece haber cambiado aquí en mucho tiempo. El contraste se suaviza, la uniformidad se acomoda en los portales antiguos. Una señora mayor acaba de llegar a su casa empapada y cargada de bolsas. Éste es el mundo real.

No hay comentarios:

Publicar un comentario