jueves, 3 de enero de 2008

Málaga y sus faraones locales, el urbanismo para la gloria (La Opinión)

Los alcaldes del pasado, quién sabe también si del presente, han tratado de ingresar en la historia por la vía arquitectónica, casi siempre soberbia
Se podría decir que únicamente hay un asunto más feo e ingobernable que la muerte: la cuestión de la inmortalidad. Sobre todo, si se carece de maestrías y moral superlativa, lo que, por otra parte, suele representar un gran reclamo para que te coloquen en la administración. Y ahí es donde está el problema, de la eternidad, de la moral, y de la propia administración, porque cuando un político siente las estrecheces de la vida, que son innumerables, lo da todo por colarse en la historia y no precisamente por la vía de la gloria intangible, que es más subjetiva y resbaladiza, sino mediante la firmeza de la piedra y la construcción. En este tipo de cosas, los alcaldes de Málaga están más versados que una convención de faraones. Si observan que no van a aparecer en la enciclopédica británica, que no habrá ni una sola madre que pregunte por ellos, dejan su huella en plazas y recintos públicos. Así, logran que las generaciones futuras se acuerden de su obra, aunque también de toda su familia, especialmente la directa, a la que popularmente se atribuyen extrañas concomitancias con el oficio más antiguo del mundo. En su último libro, el británico Deyan Sudjic, crítico de The Observer y director del Design Museum de Londres, condensa la arquitectura del poder en un ramillete de principios: la gloria, el espectáculo, la memoria, la identidad y las preguntas primordiales. De acuerdo con su tesis, la mayoría de los edificios públicos responde a alguno de estos parámetros. Resta saber cuál será el que domina en la cabeza, cabezota o cabecilla de los conspicuos alcaldes que dominaron la ciudad después de fenicios y renacentistas. Grandeza y billeteraAunque en cierta manera, si Sudjic lo permite, la cosa está más o menos clara. En Málaga, los edificios más señeros, el fabuloso hotel que interfiere en la contemplación de la Catedral, los apartamentos comunes que abrazan portadas decimonónicas, manifiestan en su origen una búsqueda insensata de la eternidad municipal, pero también enunciados banales, aunque igualmente reconfortantes: el dinero mondo y lirondo. Los ayuntamientos, en esto Málaga no es una excepción, se han acostumbrado a contemplar el urbanismo como la única vía posible de financiación y ahí aparecen torres gigantes, edificios anejos al monte y chalés de que me quiten lo bailao. Una pena, pero un método infalible de malgastar o entorpecer el patrimonio.Alcaldes modestosEn cuanto a los alcaldes, deberían convencerse de lo mal que les sienta la heroicidad y ganarse la paga como lo que son: funcionarios elegidos por el pueblo y por sus compañeros de partido. Un recorrido por Málaga basta para cerciorarse de que el mejor representante público es el que pasa inadvertido. Al menos para el urbanismo, piedra angular del prestigio de administraciones ramplonas y radicalmente provincianas.

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