sábado, 28 de noviembre de 2009

El genio de la Costa. El arquitecto Fernando Higueras. (LAOPINION)

El arquitecto Fernando Higueras, legendario y maldito, obtuvo la llave en Málaga para sus construcciones en Oriente; aquí dejó mansiones y planos innovadores.


Talento. Detalle de la sede del Instituto del Patrimonio Histórico Español, uno de los edificios más conocidos y representativos de la obra de Fernando Higueras, quien comenzó su carrera, según cuentan, con el diseño de la jaula de un mono.
Talento. Detalle de la sede del Instituto del Patrimonio Histórico Español, uno de los edificios más conocidos y representativos de la obra de Fernando Higueras, quien comenzó su carrera, según cuentan, con el diseño de la jaula de un mono. L.O.

Barba homérica, ojos de pícaro, chaqueta y pespuntes de intelectual de Suresnes. Parecía un artista más de la nueva ola de los setenta, un lector de Faulkner y lo era. Aunque mucho más que el resto, aunque más de lo que pensaban sus vecinos eventuales de Marbella, las chicas de la playa. Fernando Higueras llegó muy joven a la Costa del Sol, pero ya era Fernando Higueras, se había ganado la fama de equivalente peninsular de Tristan Tzara, de artista maldito, de joven incorregible. Antes de las primeras canas, ya había sido candidato al Premio Pritzker, contaba con el Nacional de Arquitectura, con Andrés Segovia como maestro de guitarra. Le tildaban de bohemio, de irreverente, de creador total y revolucionario.
Aquí su profesión adquirió nuevos goznes. No se moderó, pero salió catapultado hacia un público más amplio y, sobre todo, infinitamente acaudalado. La Costa le dio la billetera que Madrid había enunciado. ¿Vino por eso? ¿Lo sabía? ¿Tenía dotes de visionario? La respuesta es mucho más romántica. Higueras, el autor del edificio de La Castellana, del buque insignia de Montecarlo, vino a Málaga por razones personales. Sin caderas, ni labios abultados. Simplemente, pictóricas: había ganado un concurso de pintura en la provincia y se sentía cómodo en la cercanía de la playa.

La Casa Fierro
Su periplo en la Costa fue poético, pero también por otras razones. Los sentimentalismos no pagan la hipoteca y aquí hizo lo que mejor sabía: andar de juerga en juerga y construir mansiones. Una de ellas, la Casa Fierro, de Marbella, innovadora en su forma y postulados, le abrió las puertas de un nuevo mundo. El edificio fue diseñado en 1972, para un matrimonio multimillonario de Madrid, pero el destino lo puso en la mira de un jeque árabe, que paseaba por la zona. El tipo se bajó de su coche y quiso comprarlo. Sus primeros dueños ni siquiera llegaron a trasladarse. Le dijeron que no en primera instancia, pero nadie puede rechazar la energía de los petrodólares. Especialmente, cuando la oferta persevera y resulta once veces superior a la abultada tasación de la casa. La pareja hizo un negocio redondo e Higueras también. En poco tiempo fue llamado por más gerifaltes. Construyó edificios en Arabia Saudí, en los Emiratos Árabes.

El artista, el vividor
La penetración de Higueras en Oriente fue de contenido, pero no de formas. Su moral íntima no se vio tocada por Mahoma. Era la época en la que vivía sepultado en La Cueva, su estudio de Madrid, un prodigio arquitectónico en el que se dedicaba a más cometidos que los planos y las soluciones imaginarias. Entre ellos, el cine. Allí, llegó a rodar, según sus propias declaraciones, más de dos mil películas. Todas ellas pornográficas. Una excentricidad más de las muchas que adornaban su prestigioso trabajo. Higueras era un artista imparable, pero también un vividor. Decía que no había dejado la droga, sino que había sido abandonado. "Ya no me hacía efecto", señalaba.

El misterio del Liceo Tashara
La mala vida, no obstante, no pasó factura a sus creaciones. Su carrera continuaba de manera prolífica y brillante, con hitos tan relevantes como la representación de su obra en el prestigioso museo MOMA, de Nueva York, donde todavía hoy se sigue exhibiendo. Tampoco fue a menos su vinculación con la Costa, donde diseñó uno de los edificios que consideraba fundamental en su trayectoria, tanto por su valor por sí mismo como por su capacidad para enlazar con dos de sus periodos. Se trata de un proyecto frustrado, de un principio de misterio: el Liceo Tashara, diseñado para un solar del entorno del barrio de El Limonar, en Málaga. Los planos fueron concluidos, todo estaba listo para la edificación, pero por desgracia para la provincia nunca se puso una piedra en el paraje. A Higueras, el arquitecto, el artista, le dio igual: el trabajo estaba hecho. Su lugar sigue siendo la Costa del Sol.

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