domingo, 2 de mayo de 2010

MÁLAGA El pavoroso incendio de la Aduana en 1922. (SUR)


02.05.2010 -
ÁNGEL ESCALERA
El pavoroso incendio de la Aduana en 1922
Desolación. El fuego arrasó las dependencias de la Aduana. :: SUR
Las llamas arrasaron el edificio de la Aduana ante la impotente mirada de la gente que estaba en las inmediaciones del inmueble. El siniestro, ocurrido en la madrugada del 26 de abril de 1922, fue una de las mayores catástrofes acaecidas en la ciudad en el siglo XX. Las causas del incendio no se aclararon. Lo cierto es que murieron veintiocho de las setenta personas que vivían en la Aduana, entre ellas varios niños. Unas perecieron carbonizadas, otras por asfixia y algunas tras arrojarse al vacío tratando de escapar del fuego. Hubo numerosos heridos de diversa consideración. La actuación de los bomberos y de las autoridades locales fue muy criticada por la prensa de la época. Se abrió una suscripción a beneficio de las familias de las víctimas.

'La Unión Mercantil', en su edición del jueves 27 de abril de 1922, tituló: «Espantosa tragedia». La información de la primera página empezaba de la siguiente forma: «Trágico, imponentemente trágico, fue el despertar de la ciudad, que parecía como aplastada por la mueca horrible de la muerte. ¡Qué dolor y qué desolación más espantosa. Jamás asistimos a nada semejante».
El repique de las campanas de la Catedral despertó a la población anunciando que sucedía un hecho luctuoso. En señal de duelo, comercios y cafés no abrieron sus puertas; se suspendieron tanto las clases escolares como los espectáculos y se situaron crespones negros en diversos edificios. Los malagueños quedaron impresionados por la catástrofe. El dolor y la pena se adueñaron de Málaga. «Como es de suponer, sólo de esta tragedia se habló ayer. Sobre la ciudad flotaba un ambiente de tristeza que difícilmente se ocultaba», recogía 'La Unión Mercantil'.

El incendió se declaró sobre la una de la madrugada. El fuego se propagó con rapidez por la parte alta del edificio, lugar en el que vivían las familias del personal subalterno. Como el techo y el suelo eran de madera y la mayoría de los tabiques, de lienzo de retorta encolada, las llamas se extendieron con facilidad. El avance imparable del incendio fue sembrando el pánico y el caos. Las setenta personas que residían en la buhardilla de la Aduana trataron de escapar como pudieron, pero se vieron atrapadas en una ratonera en la que el humo se mezclaba con las llamas, creando un aire irrespirable y escenas dantescas.

Tirarse al vacío
El miedo a morir achicharrados o asfixiados hizo que algunos habitantes del edificio se precipitasen al vacío paraintentar escapar del siniestro. La caída les produjo la muerte, a pesar de que los bomberos y la gente que se concentró en las inmediaciones del inmueble trataron de impedir que se estrellasen contra el suelo.

El origen del siniestro no quedó claro. «Sería aventurado cuanto dijéramos acerca de las causas que han originado la más doloroso catástrofe registrada en nuestra tierra», reseñó 'La Unión Mercantil'. Sí pudo determinarse que el fuego se declaró junto a la vivienda número nueve de la buhardilla, ubicada encima de la secretaría del Gobierno. Como decía la prensa, fue milagroso el salvamento de la familia de Ricardo Pacheco, subalterno de Hacienda que residía en esas habitaciones. Pacheco, con gran serenidad, logró poner a salvo a su mujer y cuatro hijos. No tuvieron igual fortuna otros vecinos de edificio. De pronto, en medio de una intensa humareda, se escuchó un fuerte estrépito al derrumbarse numerosas vigas de la construcción. Bajo los escombros quedaron los cuerpos inertes de las personas que no consiguieron huir a tiempo. Incluso el gobenador civil pasó por momentos de peligro.

Restos humanos
Aunque los cadáveres fueron trasladados al cementerio, después continuaron apareciendo restos de víctimas: brazos, piernas, trozos de muslos, costillas... Todo convertido en carbón. Esos despojos humanos se llevaron a la jefatura de policía ante la imposibilidad de su identificación.

La actuación de los bomberos encargados de sofocar las llamas fue criticada por su tardanza en acudir al lugar de los hechos. Su sede estaba a un centenar de metros de la Aduana. La prensa denunció que la manguera con la que tenían que apagar el fuego sólo soltaba un «ridículo chorrillo de agua». No salieron mejor paradas las autoridades locales, por no haber dotado a tiempo a los bomberos de mejores medios. En ese sentido, se indicaba que las mangas de riego estaban picadas y la escala no funcionaba. Los ánimos se encresparon tanto que la gente abucheó e insulto al alcalde de Málaga, José Briales, y a varios concejales cuando llegaron a interesarse por la catástrofe. Las muestras de luto y condolencia fueron constantes en toda la ciudad, que quedó sobrecogida por la muerte de veintiocho personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario