martes, 12 de enero de 2010

Los urbanistas apuestan por invertir en reforestación para mejorar la respuesta a la lluvia (La Opinión)

Parece un lugar común, una salmodia recurrente. Cada vez que llueve no se repara en Santa Bárbara, sino en las alcantarillas, el drenaje, los sistemas de respuesta. El temporal del pasado jueves ha vuelto a encender el debate: ¿Está Málaga preparada para afrontar una tormenta de magnitud media? Los políticos discuten. IU asegura que ya alertó al Ayuntamiento de los riesgos en zonas como Dos Hermanas, el alcalde admite que existe margen de mejora, pero ¿qué piensan los especialistas? ¿La capital está supeditada a los caprichos del cielo?
Los urbanistas discrepan en sus respuestas, aunque casi todos coinciden en el mismo punto: las infraestructuras han avanzado a pasos agigantados en los últimos años, pero no conviene bajar la guardia. La ciudad, sostienen, presenta deficiencias, especialmente en un capítulo que no dudan de calificar de histórico: la reforestación, necesaria para bloquear el arrastre de lodo y desechos.
Francisco San Martín, arquitecto, asevera que la reivindicación supera en antigüedad a la democracia. En los años setenta, después de la primera embestida de la construcción, se llegaron, incluso, a presentar propuestas. "El asunto sale cada vez llueve, pero no se invierte", dice.
Su propuesta es defendida también por Ángel Asenjo, sobre todo, en lo que respecta a la parte oriental de la ciudad. El urbanista añade, además, otra idea: la mejora de los sistemas de evacuación hacia el Guadalhorce y el control del Guadalmedina.
Los arquitectos tienen claro las debilidades de Málaga. Salvador Moreno Peralta indica que, pese al salto estructural producido a partir de las inundaciones de 1989, persisten puntos negros. Muchos de ellos padecieron el último aguacero, que descargó alrededor de cuarenta litros por metro cuadrado en apenas una hora. Una cantidad casi equivalente al paroxismo de las tormentas de hace treinta años, aunque sin la acumulación de fenómenos calamitosos y colindantes.
Las infraestructuras han mejorado, pero se siguen lastrando los errores del pasado. Los especialistas, pese a que hablan de evolución, no dudan en señalar un paso atrás casi legendario: el urbanismo desaforado de las décadas finales del pasado siglo. Carlos Hernández Pezzi explica que la voracidad del ladrillo no sólo tuvo efectos en el paisaje, sino que devastó buena parte de las salidas naturales del agua. Especialmente, en la cabecera de los arroyos. "Se requiere mayor conservación y mejorar la limpieza de los cauces", opina.
En cuestión de mejoras, el arquitecto pone sobre el tablero otra vindicación que cuenta con otros treinta años de retardo: el saneamiento integral, esencial para impedir las acumulaciones de tierra, de barro procedente de paisajes erosionados.
La teoría palpa asimismo la filosofía de José Seguí, que dibuja una perspectiva amplia y alude a un cambio en la concepción del urbanismo, que, por primera vez, incide, pone el acento del crecimiento en las infraestructuras. "Venimos de un tiempo en el que la iniciativa correspondía a las construcciones", declara.
Seguí apuesta por una dinamo previa a cualquier desarrollo: la elaboración de un plan general de infraestructuras con garantías de ejecución al que se subordinen el resto de construcciones. Un cambio de óptica en la configuración de la ciudad que considera elemental, tanto para la protección frente a temporales como para la continuidad de los servicios básicos.
El presidente de la Asociación de Constructores y Promotores (ACP), José Prado, habla de lo que mejor conoce, la obra privada, que, dice, está lejos de representar un riesgo. La lluvia, dice, no puede dañar a las nuevas construcciones, que deben pasar hasta tres cribas en materia de seguridad frente a temporales. "Los problemas, si los hay, están en los edificios con más de cincuenta años", resalta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario