viernes, 26 de marzo de 2010

MALAGA. Plaza de la Merced. (LAOPINION)

Es una lástima que los malagueños, de tan barrocos, nunca pensemos en el espacio, en la libertad de la luz.


JUAN GAITÁN No sé si será por la leyenda picassiana, que tanto nos influye a los malagueños, pero yo siempre he tenido la vívida sensación de que la plaza de la Merced tenía otra luz, una claridad distinta, que cuando uno desembocaba en ella desde Álamos o desde Granada, como quien emerge desde la penumbra, se sentía de pronto deslumbrado por una luminosidad venida desde otro tiempo, como de dos siglos más atrás. Aunque personalmente siempre he estado enamorado perdido de otra plaza, la del Obispo, el único rincón renacentista de Málaga, ese reflejo florentino que nos descubrió el poeta mayor Alfonso Canales, la plaza de la Merced siempre me ha parecido bella pero con algo de patito feo, como si todavía tuviese que dar el estirón para hacerse verdaderamente hermosa.
A la hora en que me he puesto a prosar estas líneas todavía no sé qué ha podido ser de la moción de Izquierda Unida sobre la plaza de la Merced, aunque me da la sensación de que no habrá tenido mucha fortuna. Y es una lástima, porque la idea de Pedro Moreno es, sin duda, la mejor que se ha planteado para esta lugar de larga y variada historia, que fue plaza monumental en época romana, mitad arrabal y mitad establo en tiempos de la dominación musulmana, sede del convento mercedario que le dio nombre y al final cuna de Picasso, monumento funerario de Torrijos y rompecabezas de Francisco de la Torre.

Es una lástima que los malagueños, de tan barrocos, nunca pensemos en el espacio, en la libertad de la luz. Qué bella sería la plaza de la Merced si se hiciera eso que propone Pedro Moreno, derribar el edificio de los cines Astoria y Victoria y dejar el solar diáfano, abriendo por fin la vista hacia la Alcazaba, como estuvo siempre, como no debió perderse nunca.

Es una pena que los malagueños, de tan fenicios, pensemos siempre en sacar rendimiento a cada metro de suelo, creyendo que un centímetro cuadrado es una especie de lingote, cuando en realidad la mayor riqueza de una ciudad son los espacios abiertos del mismo modo que la mayor fortuna de un hombre es su propio tiempo.

Juan Ramón Jiménez, que sigue siendo un genio, aseguraba que a él le habían dado el premio Nobel por los espacios en blanco. Nada que objetar, maestro. Y de pronto ahí está mi ciudad, con la oportunidad de librarse de un edificio horrible creando, de paso, una bella Plaza Mayor donde la luz de hace dos siglos siga viniendo a buscarnos. Pero seguramente no aprovechará la oportunidad porque el brillo de la moneda de la especulación ciega cualquier claridad, por bella, por lúcida que sea.

Es muy triste ver cómo mi ciudad desperdicia otra ocasión para ser hermosa, para recuperar aquel título, reconozco que algo cursi, de ´Málaga, la bella´, que sólo sirve ya para hacer la parodia amarga de un romance costumbrista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario