viernes, 8 de junio de 2012

La ética de lo invisible (Málaga Hoy)


Esta semana los corralones de la Trinidad y el Perchel se visten de gala, y con ellos la propia esencia de la ciudad, secuestrada a base de olvido y decadencia l Pocos testimonios evidencian en tal grado el modo en que Málaga es capaz de darse la espalda a sí misma
| ACTUALIZADO 08.06.2012 - 01:00
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No es un patio de Córdoba, sino un corralón en la calle Jara: un milagro dada la ruina que prende de puertas afuera.

HACE dos días volví a los corralones. La Trinidad y el Perchel celebran su Semana Popular y había que descubrirlos como si fuese la primera vez, con su estallido de colores, sus flores y sus macetas, su música, su agua resulta en corrientes efímeras, sus motivos artesanos, su tradición y su sabor, por más que los vecinos insistan en que sus patios están así todo el año. Tienen razón. He visitado los corralones fuera de los ganchos del calendario y su dignidad y hermosura son las mismas, propias de territorios edénicos abiertos en plena decadencia. Pasea uno por las calles Martinete, Jara, el Llano de la Trinidad, la Plaza Montes y Trinidad y encuentra aceras levantadas, solares en los que la flora silvestre sirve de refugio a las más dudosas criaturas nocturnas, basuras amontonadas ante la falta de contenedores, piezas de mobiliario urbano destrozado, niños que juegan a escasos metros de vidrios rotos y hombres descamisados que juegan a ocupar el tiempo, un perfecto río de desgracia urbana, un tramo donde la ciudad niega cualquier progreso y, lo que es más grave, niega derechos y servicios a sus habitantes; pero entonces se abre la puerta del corralón delMickey, frente a la antigua casa de socorro del Llano de la Trinidad, y el acceso a otro universo es inmediato: las macetas se muestran en todo su poderío, suena una música alegre, hay figuras y emblemas netamente malagueños, una manzana atravesada por una tijera para que no se pongan peros y una limpieza victoriana, faraónica, eucarística, que afecta a cada baldosa del suelo y a cada hoja de las plantas, mientras Yolanda sirve unos vasitos de manzanilla y gazpacho. Uno se pregunta, otra vez, cómo es posible semejante milagro, cómo en este recodo en el que la ciudad se da la espalda a sí misma aparecen personas capaces de hacer de su condición de vecinos un motivo de vida, en virtud de una resistencia empeñada en sostener la belleza en un mar de podredumbre y desamparo. En cualquier otro corralón uno se interesa por ellos, los vecinos, sus historias, y entonces descubre que todas las familias que lo habitan están en paro, que las casas se mantienen con pensiones de viudedad. Son los mayores, especialmente las mujeres, quienes obran el prodigio, por el que mismo Jesucristo hubiese considerado una nadería su multiplicación de los panes y los peces (el Cautivo compite con la Virgen del Carmen en azulejos y pequeños altares); estas mujeres sonrientes de blusas estampadas y moño en ristre, que tienen en su cargo a sus hijos sin empleo y a sus nietos con el futuro ciego por delante, decidieron en su día ser ciudad, hasta las últimas consecuencias. Entonces uno sólo puede callar y admirar, mientras se pregunta qué diantre se perdió por el camino, quien obró un engaño tan portentoso para convencer de que la vida estaba en otra parte. 

El problema de los corralones de Málaga es un problema ético. La ciudad puso todo su empeño en ocultar sus señas de identidad, o en dejar que se cayeran trozo a trozo: todavía resuenan las palabras de cierta alcaldesa ansiosa por entrar con una apisonadora en la calle Jaboneros. El corralón no es un capricho, ni una cosa graciosa y popular, sino el testimonio de un modo de existencia doméstica, el del espacio compartido a favor de la comunidad y la interdependencia, que hunde sus raíces en la domus romana. Hasta bien entrado el siglo XX el corralón constituía un sistema habitual de vivienda en la capital, pero, más allá del pasado y del ajusticiamiento de la Historia, lo relevante aquí es el modo en que los vecinos se han sobrepuesto al olvido y han logrado sembrar geranios a mansalva donde otros sólo veían suelo para vender a precio de trigo. Es posible que la mejor respuesta posible a todo el desorden presente, a la tiranía del miedo, sea esta oportunidad a la belleza. En las fuentes de quienes no tienen el mismo derecho que los bancos a un rescate económico acuden a beber los pájaros. Pero Málaga se creyó el cuento, y ya no es Málaga, sino otra ciudad cualquiera. Sin embargo, algo de su viejo corazón late en estos corralones. Atiendan a mi recomendación y vayan a verlos hoy o mañana (lean antes las páginas 22 y 23 de este diario). Un poco de calor puede ser suficiente.

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