La rehabilitación de la atalaya de Río Real, que está ya en su recta final, deja al descubierto estampas hasta ahora inéditas
Operarios en el interior de la torre vigía, en uno de sus rincones más desconocidos. /J-L
Apto para curiosos y apasionados de la historia. La rehabilitación de la torre vigía de Río Real, una de las atalayas con varios siglos a sus espaldas que se erigen sobre la Costa, destapa estos días algunos de los secretos mejor guardados de este vestigio histórico. Desde los rincones más insospechados cobijados bajo el ladrillo a los dibujos de su fachada, que han sobrevivido a cuatro siglos de inclemencias meteorológicas para llegar a nuestros días tocados pero no hundidos. Pequeñas formas vegetales, peces o una gran cruz guía presiden la parte exterior, aunque haya que aguzar la vista, y lo seguirán haciendo, gracias también al tesón de la Cilniana, asociación en defensa del patrimonio local.
Ya no hay temor a que las esgrafías, los dibujos que decoran las paredes externas, pasen a la historia tras la intervención. «Finalmente van a preservarlos. La arquitecta que lleva el proyecto nos comentó que también era partidaria de mantenerlos tal cual», apuntó satisfecha Catalina Urbaneja, presidenta del colectivo. Fue el tesorero de la asociación, Ángel Rojano, quien se desplazó personalmente a la torre para trasladar la petición y hasta él mismo, pese a haber escudriñado cada ladrillo, descubrió cosas que no conocía. «Los propios obreros le dijeron que había peces dibujados en la parte alta», relata. Los andamios facilitaron el hallazgo.
Esta oportunidad de conocer las entrañas de la torre, los secretos mejor guardados, ha estado estos días al alcance de los trabajadores de la empresa que acomete la recuperación y estabilización de la atalaya, una tarea impulsada por la Demarcación de Costas. Su siguiente parada: el Lance de las Cañas. Le seguirá, por último, Las Bóvedas.
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